Quizá sea esta expresión tan taurina la que mejor defina lo sucedido ayer, en la sesión del club de lectura, que dedicamos a la novela de Almudena Grandes El lector de Julio Verne, pues, desde el principio, quedó claro cómo, a diferencia de otras ocasiones, el texto de la escritora madrileña no había despertado unanimidad entre los asistentes: dos profesores, dos profesoras, dos madres, un padre y dos alumnas.
En la presentación de la autora, se comentaron: sus estudios de Geografía e Historia en la Universidad Complutense de Madrid, que quizá expliquen su afición a la novela histórica, como El lector de Julio Verne; el éxito de su primera novela, Las edades de Lulú, de carácter erótico, que fue la primera en ser llevada al cine; su relación especial con el llamado séptimo arte, probablemente, porque sus obras contienen descripciones muy visuales, casi cinematográficas, como la escena en la que el sargento Sanchís le pinta de rojo las uñas de los pies a su amada Pastora; y su posición ideológica de izquierdas, que le ha llevado a apoyar públicamente a Izquierda Unida, en las últimas elecciones.
Esto último explica el enfoque desde el que se cuenta la historia -la resistencia antifranquista en la España de la postguerra-, en El lector de Julio Verne, que suscitó opiniones encontradas en la sesión de ayer. Para María la novela es bastante tendenciosa, pues ofrece una imagen distorsionada de la guardia civil, como fuerza represora, cuando la violencia se ejerció en los dos bandos. Puri y Víctor manifestaron su desacuerdo, defendiendo el derecho de Almudena Grandes a contar la historia libremente. Pepa abundó en esta postura argumentando, además, que la guerra civil no acabó en 1939, sino que siguió con la represión sistemática llevada a cabo por la dictadura franquista, que encontró oposición en la guerrilla del maquis. Antonio aludió a la base histórica de los hechos que se cuentan, como en la anterior novela Inés y la alegría y añadió que ambas forman parte de la serie titulada Episodios de una Guerra Interminable.
Esta discusión nos llevó al punto de vista del narrador protagonista, sobre el que también se expresaron diferentes opiniones: a Marina le había resultado atractivo que los hechos se contaran desde la perspectiva de un niño; Carmen y Víctor, encontraban disonancias en esta voz narradora, pues Nino, con apenas 10 años, demuestra una conciencia crítica sobre lo que sucede en la postguerra española, impropia de esta edad; Antonio y Pepa argumentaron que, tras el niño, se encuentra el adulto que llegó a ser, que es en realidad quien cuenta la historia, con la madurez y el reposo que dan los años.
Carmen llamó la atención igualmente sobre disonancias en el tratamiento del tiempo, ya que Almudena Grandes, en las tres primeras partes de la novela, se demora hasta el detalle en las descripciones y se recrea en las situaciones, dándonos la impresión de que el tiempo no avanza; y sin embargo, en el paso de la tercera a la cuarta parte, se produce un salto temporal de 11 años, que resulta demasiado abrupto.
Con respecto al título, que hace referencia a la afición de Nino a la lectura de las novelas de Julio Verne, Antonio comentó que la influencia de estas en la trama es menor que la que ejerce La isla del tesoro de Stevenson:
“Que yo sé lo que tengo que hacer. Mira… -cogí La isla del tesoro, que estaba en la mesilla, y se lo di-. Léete esto, madre, lee este libro. Así te darás cuenta de que no me va a pasar nada. Porque yo soy amigo de Silver el Largo. John Silver el Largo es mi amigo y todos los saben.”
Con estas palabras Nino trata de calmar a su madre, cuando el teniente Michelín le obliga a salir de noche para buscar a su padre.
Coincidimos en que la cuarta parte de la novela, con el agregado histórico, no es necesaria, desde el punto de vista estrictamente literario, aunque contribuye a reforzar la base histórica de la misma.
De los personajes, se elogió: la construcción del padre, Antonino, con sentimientos contrapuestos, pues le remuerde la conciencia a causa de los asesinatos injustificados y las torturas infligidas a los detenidos; la figura de la madre, una mujer sensible y honesta que no comprende la represión que lleva a cabo la guardia civil; y el personaje de doña Elena, prototipo de maestra republicana. En cambio, nos parecieron menos creíbles Pepe el Portugués y, especialmente, Sanchís, el sargento chulo y cruel, que disfruta abusando de los demás, y que se revela al final como un militante del partido comunista infiltrado en el cuerpo.
Sobre Tomás Villén Roldán, alias Cencerro, guerrillero que existió en realidad, Víctor, que se apellida igual que él, nos comentó un posible parentesco.
En cuanto a los temas que se plantean en la novela, destacamos la amistad entre Nino y Pepe el Portugués, que es más una relación de discípulo-maestro, pues el primero es iniciado por el segundo en el camino de la vida:
“Si tu padre se hubiera negado a disparar sobre Pesetilla, le habrían formado un consejo de guerra por insubordinación. Es posible que le hubieran condenado a muerte. Quizás le habrían ejecutado, quizás no, pero ahora estaría en una prisión militar cumpliendo una pena muy larga, veinte, treinta años, y tu madre viviendo de alquiler, sin pensión, sin economato, sin ningún derecho a nada”
Así le explica que su padre no es un asesino por haber matado a Pesetilla, pues recibió una orden de sus superiores y la cumplió.
También nos detuvimos en la represión, durante la dictadura franquista, ya que en España, durante aquella época, se detenía a las personas por capricho; se las torturaba y luego se las mataba; y en la educación, de la que aparecen dos modelos: el que representa don Eusebio, basado en el miedo y el aprendizaje memorístico; y el que encarna doña Elena, basado en el razonamiento: “sobre todo -dice Nino- me enseñó un camino, un destino, una forma de mirar el mundo, y que las preguntas verdaderamente importantes son siempre más importantes que cualquiera de sus respuestas”.
Sobre el uso de los apodos (Saltacharquitos, Salsipuedes, Regalito, Cabezalarga, Miracielos, Pocarropa, Mediamujer, Cuelloduro, etc.), para referirse a los personajes, comentamos que forman parte del ámbito rural, donde se desarrollan los hechos; pero la excesiva insistencia en los mismos acaban por abrumar al lector.
La valoración global que hacemos sobre El lector de Julio Verne, como lectura para un club en el que participan jóvenes de la ESO y Bachillerato, es positiva, porque se trata de una novela accesible para este tipo de lectores y porque, a través de ella, pueden conocer un periodo de la historia de España poco tratado en el género narrativo: la resistencia antifranquista del maquis.
Próxima lectura, a petición del alumnado de Literatura Universal de 2º de Bachillerato, El jugador de Dostoievski. El 21 de enero de 2014, a las 18 horas, en la biblioteca, hablaremos sobre ella.
P.D. Echamos mucho de menos en la sesión de ayer a nuestras queridas compañeras Lola P. Ebrero y María Sanjuán.