La sesión de ayer del Club de Lectura la dedicamos a hablar de Plata quemada, una novela donde Ricardo Piglia juega con la realidad y la ficción, pues recrea literariamente, bastantes años después de que sucediera, una historia donde un grupo de delincuentes, después de perpetrar un robo con asesinato en Buenos Aires, huyen a Uruguay y se refugian en un piso de la capital, donde son rodeados por la policía.
Pero la sesión comenzó con la presentación del autor, nacido en 1940, en Adrogué, provincia de Buenos Aires, Argentina. Estudió Historia en la Universidad Nacional de La Plata y trabajó durante diez años en editoriales. Fue profesor de la Universidad de Buenos Aires, la Universidad de California en Davis y la Universidad de Princeton. En 2014 se le diagnosticó esclerosis lateral amiotrófica (ELA), enfermedad de la murió el 6 de enero de 2017, a los 76 años.
Piglia publicó en 1967 su primer libro de relatos, La invasión, que fue premiado por Casa de las Américas. Siguieron las narraciones incluidas en Nombre falso (1975). En 1980 apareció su primera novela, Respiración artificial, que tuvo una gran repercusión en el ambiente literario y que lo consagró internacionalmente. Otras obras suyas son: Prisión perpetua (relatos, 1988); La ciudad ausente (1992); Plata quemada (1997); y Blanco nocturno (2010). También ha escrito ensayos: Crítica y ficción (1986), Formas breves (1999) y El último lector (2005); y sus diarios que están divididos en tres volúmenes: Los años de formación, Los años felices y Un día en la vida. Estos son autobiográficos y están firmados por su álter ego, Emilio Renzi, que aparece también en Plata quemada, como cronista de los hechos para el diario El Mundo de Buenos Aires.
No pertenece a ninguna generación literaria, aunque se puede incluir entre los escritores latinoamericanos posteriores al boom (un movimiento literario que surgió entre 1960 y 1970, cuando las obras de un grupo de novelistas latinoamericanos, entre los que se encuentran García Márquez, Julio Cortázar y Vargas Llosa, fueron difundidas en Europa y en todo el mundo).
Su estilo, ha escrito Guillermo Saavedra, “no es el mismo en sus novelas que en sus cuentos. En las novelas es el resultado de múltiples operaciones, de cruces entre diversos registros y distintas voces -como se puede apreciar en Plata quemada– (…) En cambio, en sus cuentos, el estilo surge de una economía extrema en la forma de narrar, de una suerte de ética de la discreción que tiene como modelos a grandes maestros del género como Chéjov, Hemingway y Onetti. Es un permanente ejercicio de la omisión, de la elipsis, un trabajo sutil de ocultamiento de lo esencial…”.
En el debate sobre Plata quemada hubo división de opiniones: a algunos de los asistentes no les había gustado, bien porque les evoca los años oscuros de la dictadura franquista, o bien porque los personajes son demasiado negativos; en cambio otros valoramos la capacidad de Ricardo Piglia para novelar unos hechos reales y para indagar en la historia personal de unos personajes violentos la cual nos ayuda a entender su conducta.
Otra opinión que nos ha llegado por WhatsApp: “Hasta casi el final no me ha gustado la novela. El tema es muy duro y la forma de mostrarlo, tremendamente plástica, incluso agresiva. Sin embargo, reconozco la maestría literaria y las diferentes perspectivas narrativas empleadas por el autor. No es fácil ni cómoda su lectura. No habría llegado a ella, a no ser por el Club. Gracias”.
Comentamos lo acertado del título, que hace referencia a los billetes robados que los atracadores acabaron quemando antes de morir: “Primero salió un humo blanco por la ventanita del baño (…) Luego en un momento dado se supo que los delincuentes estaban quemando cinco millones de pesos que les quedaban del atraco de la Municipalidad de San Fernando (…) Empezaron a tirar billetes de mil encendidos por la ventana…”. La quema del dinero representa la destrucción de uno de los valores más importantes de la sociedad capitalista.
También el punto de vista de narrador omnisciente, que no sólo cuenta la historia sino que se mete en la cabeza de sus protagonistas para decirnos lo que piensan; pero lo hace como si fuera una crónica periodística basada en sus investigaciones y en las declaraciones de los testigos, lo cual da credibilidad a lo narrado: “Algunos testigos aseguran haber visto a Malito en el hotel con una mujer. Pero otros dicen que sólo vieron a dos tipos y que no había ninguna mujer…”.
Coincidimos en que el ritmo de la narración es continuo y dinámico, y lo consigue Piglia mediante procedimientos lingüísticos, como los cambios de tiempo verbal. Por ejemplo, en el inicio de Plata quemada, utiliza el presente en la presentación de los protagonistas y cambia al pasado para contar los prolegómenos del atraco. Pero vuelve al presente cuando se refiere a los que presenciaron los hechos: “Los testigos se contradicen como siempre sucede, pero todos coinciden en que el chico parecía actor y que tenía una mirada extraviada”.
El epílogo nos parece esclarecedor, pues el autor cuenta cómo tuvo conocimiento por primera vez de esta historia, cuándo se decidió a escribir sobre la misma y qué materiales le sirvieron de base. Igualmente nos informa sobre la suerte que corrieron algunos personajes, como el Gaucho Dorda, asesinado en la cárcel, y Blanca Galeano. Esto hace que el epílogo forme parte de la novela.
Entre los personajes, nos detuvimos en los dos jóvenes protagonistas que tienen un origen social diferente, pero se entienden a ciegas, actúan de memoria y también se acuestan juntos, cuando escasea la carne. Según el psiquiatra de la cárcel, ”aunque son dos, actúan como una unidad. El cuerpo es el Gaucho, el ejecutor pleno, un asesino psicótico; el Nene es el cerebro y piensa por él”. Igualmente mencionamos a Emilio Renzi, alter ego de Ricardo Piglia, que escribe la crónica de los hechos para el diario El Mundo de Buenos Aires. Está presente en el cerco y tiene conciencia clara de que la policía argentina, encabezada por el comisario Silva, quiere matar a los atracadores, porque algunos agentes les han ayudado a huir de Argentina a cambio de una parte del botín.
Comentamos que la violencia la ejercen tanto los delincuentes como la policía, pues en las comisarías se maltrata a los detenidos, como le sucedió a la loca Margarita, un travesti, al que torturaron hasta la muerte y tiraron desnudo a un río, pero al que no le sacaron una palabra. El propio Gaucho Dorda, según se afirma en el epílogo, fue asesinado en la cárcel por un infiltrado de la policía durante una rebelión de presos.
Nos referimos a la depravación de algunos personajes, capaces de cometer los actos más abyectos, como lo que cuenta el Nene sobre lo que hacía con niñas pequeñas: “Me acordaba de minitas de ocho, diez años que había conocido en la escuela y las hacía crecer, las veía desarrollarse, saltar la soga, a la hora de la siesta, les veía los soquetes blancos, las piernas flacas, las tetitas que empiezan a llenarse, y a la semana de estar en ese mambo ya me las estaba moviendo, no las dejaba crecer mucho, me las movía en el terraplén, atrás de la vía hay un yuyal y después unas cañas y un campito y yo les hacía el virgo, las ponía boca arriba y las sostenía en upa, apenas, con las dos manos, del culito, y se la metía, tardaba como una hora y al final las desvirgaba”.
Otros temas que aparecen en el libro son:
El del espectáculo mediático, porque el cerco a los atracadores en un piso de Montevideo es transmitido por los medios de comunicación con morbosidad y grandilocuencia: “La niña Andrea Clara Fonseca, de seis años, que se desprendió de la mano de su madre, fue alcanzada por una ráfaga de metralla que uno de los delincuentes había disparado y su rostro quedó convertido en una cavidad sangrante…”. Los vecinos también se acercan al lugar y todos los habitantes de Montevideo pueden seguir los hechos terribles: “Multitud de curiosos habían comenzado a rodear el área cuando se escucharon los primeros disparos y las cámaras de TV del Canal Mantecado de Montevideo habían comenzado una transmisión en vivo que cubrió directamente los hechos (…) Incluso los pistoleros veían en la TV de su cuarto los acontecimientos que estaban viviendo…”.
La dimensión épica, pues, como se escribe en el epílogo, a los atracadores sitiados se les puede considerar héroes que deciden enfrentar lo imposible y resistir, y que eligen la muerte como destino. El cronista, cuando entró en el departamento y vio el espectáculo dantesco, con la sangre inundando el lugar, escribió “que parecía imposible que tres hombres hubieran logrado tal decisión y heroísmo”. Pero en realidad el Gaucho Dorda y el Nene son antihéroes, porque se trata de delincuentes que carecen de interés en redimirse.
Y la venganza, ya que al final los vecinos y curiosos que siguen los hechos, instigados por los medios de comunicación, exigen castigo para el único superviviente: “Cuando bajaron a Dorda por la escalera, los curiosos y vecinos agolpados en el lugar y los policías se lanzaron sobre él y lo golpearon hasta desmayarlo (…) La avalancha lo rodeó y cientos de voces se alzaron hasta el sol pesado de la tarde pidiendo su muerte: ¡Que lo maten!…¡Mátenlo!…¡Que lo maten…”
Finalmente, en cuanto al estilo, comentamos que el lenguaje es sencillo y preciso, como corresponde a una crónica periodística, porque Piglia quiere dar verosimilitud a lo que cuenta; pero, en medio de la violencia extrema, durante el cerco policial al piso, hay pasajes llenos de lirismo y ternura que nos muestran el lado humano de los atracadores:
“Por fin Dorda llegó junto al Nene y lo arrastró hacia la pared, a cubierto, y lo levantó contra su cuerpo, lo tendió sobre él, abrazado, semidesnudo.
Se miraron; el Nene se moría. El Gaucho Rubio le limpió la cara y trató de no llorar (…)
-No aflojes, Marquitos -dijo el Nene. Lo había llamado por el nombre, por primera vez en mucho tiempo, en diminutivo, como si fuera el Gaucho quien precisara consuelo. Y después se alzó un poco, el Nene, se apoyó en un codo y le dijo algo al oído que nadie pudo oír, una frase de amor seguramente, dicha a medias o no dicha tal vez sentida por el Gaucho que lo besó mientras el Nene se iba”.
No obstante, quizá el rasgo lingüístico más característico y que obedece a la condición social de los protagonistas, es la presencia de abundantes términos y expresiones del español hablado en Argentina, particularmente del lunfardo (jerga de delincuentes de Buenos Aires): “Pero por qué no subís vos, apuráte, a tu hija le están haciendo el culito y vos acá como un gil, la tienen en el baño del telo, un flaco con un gorompo como un brazo, y ella da grititos de gusto y se caga encima cuando empieza a gozar”. Así, con esta zafiedad, le habla al comisario Silva uno de los delincuentes, probablemente con el mismo registro que el utilizado por éste con los presos a los que torturaba y a los que rebajaba hasta convertirlos en muñecos sin forma. Tanto unos como otros -dice Ricardo Piglia- “son los únicos que saben hacer de las palabras objetos vivos, agujas que se entierran en la carne y te destruyen el alma como un huevo que se parte en el filo de la sartén”.
Próxima lectura, a propuesta de Paco Paños: Herejes de Leonardo Padura, novela de la que hablaremos en el mes de diciembre, en fecha y lugar aún por determinar.
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