De nuevo, a causa de los exámenes y sobre todo la preparación de las pruebas de selectividad, no pudimos contar el pasado martes, en la sesión del club de lectura, con los alumnos, cuando los de Literatura Universal podían haber tenido un protagonismo especial.
María presentó a la autora mencionando algunos datos de su biografía: la separación de sus padres antes de que naciese; la mala relación con su madre y su padrastro; el descubrimiento de su homosexualidad a los veinticinco años; su temprana vocación literaria; el salto a la fama con la adaptación cinematográfica de su primera novela, Extraños en un tren, por Alfred Hitchcock; su fascinación por las personas afligidas por enfermedades mentales; sus ideas políticas contrarias al ideal del “sueño americano”; su alcoholismo, que vemos reflejado en el consumo casi compulsivo de Martinis en El talento de Mr. Ripley; etc.
Desde un principio, nos centramos en el protagonista, Tom Ripley, porque su presencia, tanto física, por su tendencia a disfrazarse y hacer imitaciones, como mental, por su desequilibrio y al mismo tiempo frialdad con la que ejecuta sus planes, impregna toda la novela.
Coincidimos en que el principio de esta nos había intrigado a todos, con la aparente persecución del protagonista por parte de mister Greenleaf, quien le encargará la búsqueda de su hijo que se encuentra en Italia. Le sigue una parte más anodina, y de menor interés para el lector, cuando localiza a Dickie que vive con Marge y pasa con ellos un tiempo, durante el cual entablan amistad. Sin embargo, la novela levanta el vuelo, a medida que la relación entre los tres jóvenes se torna compleja y turbadora; y nos atrapa definitivamente a partir del primer crimen cometido por Tom, hasta el final sorprendente.
Las preguntas sobre el asesino surgieron inmediatamente:
- ¿Qué le mueve a actuar de esta extraña manera?
- ¿Resulta creíble su comportamiento?
- ¿Qué tipo de atracción siente hacia Dickie?
La respuesta a la primera pregunta nos llevó a analizar la frustración de Tom Ripley, que se remonta a su infancia desgraciada, criado por un tía que lo trataba con desprecio: “eres tan mariquita como tu padre” le decía. Probablemente, esta experiencia traumática, similar a la de la propia autora, Patricia Highsmith, lo marcó hasta convertirlo en un ser desorientado y con dudas sobre su propia personalidad. Por eso, quiere apropiarse de la de Dickie, a quien envidia su pertenencia a un grupo social y su capacidad para caer bien a los demás.
Podría haberle bastado con disfrutar de la amistad de éste, como el mismo reconoce al final de la novela:
“Nada de todo aquello hubiese sucedidos si él se hubiese dedicado a viajar solo, si no hubiese sido tan ambicioso e impaciente, si no hubiese malinterpretado como un estúpido la relación entre Dickie y Marge, esperando simplemente a que se separasen por propia voluntad. Hubiera podido seguir viviendo con Dickie el resto de su vida hasta el fin de sus días. Si aquel día no lo hubiera dado por ponerse las ropas de Dickie…”
Este hecho, probarse las ropas de su amigo, condiciona la relación entre ambos que, desde ese momento, se vuelve desconfiada, sobre todo por parte de Dickie, que sospecha de la homosexualidad de Tom; y desencadena el primer crimen.
Sobre el segundo crimen, hubo discrepancias en cuanto a alguna circunstancia del mismo: si la precipitación con la que Fredy sube las escaleras, momentos antes de ser asesinado, se debe a que tiene la sospecha de que Tom está suplantando a Dickie y le ha podido causar algún daño, o a otro motivo.
Sobre si el comportamiento del protagonista era creíble, hubo también diferentes opiniones: para unos, como Antonio, sí lo era, teniendo en cuenta la evolución del personaje, desde la infancia difícil, pasando por el rencor hacia los que no terminan de aceptarlo, hasta los crímenes que comete; para otros, en cambio no, por la sensación de extrañeza que produce en el lector, que se ve incrementada por el estilo indirecto libre empleado por Highsmith, para reproducir los pensamientos del mismo. Este procedimiento, usado también por Clarín en La Regenta, resta cercanía al personaje, lo aleja de nosotros, aunque proporciona objetividad a sus actos.
Tampoco estuvimos de acuerdo en el tipo de atracción que sentía hacia Dickie, pues unos, como Lola o Victoriano, pensaban que había indicios suficientes que demostraban su homosexualidad, aunque no se manifieste explícitamente en ningún momento; mientras que otros veían a Tom Ripley como un personaje asexuado, que establece con su amigo una relación, que en algún momento, es de dependencia mutua.
Sí coincidimos en que Patricia Highsmith apenas profundiza en el resto de los personajes, ya que ni siquiera Dickie o Marge muestran complejidad suficiente como para considerarlos redondos; casi se podría asegurar lo contrario: que son personajes previsibles.
Muy interesantes fueron las aportaciones de Carmen, que había analizado la novela con sus alumnos de Literatura Universal: la impresión positiva que les había causado a estos; el original punto de vista desde el que se cuenta la historia: un narrador omnisciente, que no juzga a los personajes, pero que lo sabe todo con respecto a ellos, en especial sobre el tortuoso mundo interior de Tom Ripley, hasta el extremo de que tenemos la impresión de que todo lo ve con los ojos de éste; la linealidad de la historia, aunque, en ocasiones, se producen salto atrás (analepsis) como, por ejemplo, cuando el protagonista recuerda su infancia; etc.
Concluimos la sesión elogiando el estilo sobrio y conciso, sin apenas figuras retóricas, utilizado por Patricia Highsmith, que es el que mejor se ajusta al estudio psicológico del protagonista, a la descripción de los motivos que le impulsan a actuar, que acaban generando en el lector una cierta inquietud.