Después de más de un año sin reunirnos, a causa de la pandemia, ayer por fin pudimos hacerlo, en uno de los patios del Albergue Juvenil, para hablar de La feria de los discretos, novela de la que destacamos por encima de todo su costumbrismo. En palabras de Pablo García Baena, Pío Baroja “Hizo un retrato exacto de la Córdoba de su época que reflejó en los motes de sus gentes, en los pregones callejeros y en detalles increíbles que sólo pudo aprender estando en la ciudad».
La sesión comenzó con la presentación del autor, a cargo de Enrique, de una forma original, porque se refirió a aspectos poco conocidos de él, como el autoexilio voluntario al principio de la guerra civil, su vida discreta en España durante la dictadura franquista, etc. Lo definió acertadamente como un profesional de la escritura que, antes de escribir sus novelas, se documenta “in situ”, hasta el extremo de reproducir dichos, como esta paradoja cordobesa: “la salud, en el cementerio; la caridad en el potro; y la verdad en el campo”. A esto hay que añadir lo más importante para un escritor: su extraordinario dominio del lenguaje, sobre todo en las descripciones, como esta del atardecer en la ciudad de Córdoba, llena de dinamismo: “En las calles inundadas de luz, aparecía en la acera una cinta de sombra y se agrandaba y se ensanchaba hasta ocupar todo el empedrado. Luego subía lentamente por las paredes, llegaba a las rejas y a los balcones, escalaba los aleros torcidos… El sol desaparecía por completo de la calle, y sólo quedaban entonces restos de claridad en las torrecillas, en los altos miradores, en las centelleantes vidrieras…”.
En cuanto a su carácter y personalidad, destacó su timidez enfermiza, su tendencia a la soledad, su inconformismo, su misoginia y su anticlericalismo, rasgos que se reflejan en los personajes de sus obras. Escribió más de sesenta novelas, en un estilo realista, sencillo y austero. Murió, en 1956, a la edad de 84 años, en Madrid, donde fue enterrado como ateo en el cementerio civil, con asistencia del Ministro de Educación.
En el turno de opiniones, Benito confesó que tiene una vinculación personal con la novela, porque, cuando era pequeño, había escuchado, en repetidas ocasiones, a un intelectual de su pueblo, referirse a las tres veces que Baroja lo cita. Señaló lo bien escrita que está; el tono irónico, que se reconoce en el propio título, La feria de los discretos; y sobre todo la belleza de las descripciones. En este sentido, Baroja sabe perfilar todos los personajes, incluidos los secundarios. A Quintín lo entiende como un alter ego del propio autor, pues representa al hombre activo y pendenciero que él quiso ser. Finalmente se refirió a las numerosas lecturas que admite la novela por su riqueza de contenido.
María dijo que le hubiera gustado releer la novela; pero recuerda que la disfrutó mucho, cuando la leyó, porque podía seguir el itinerario literario callejeando por Córdoba, ciudad donde se desarrolla la historia. La considera amena, divertida y con un toque de novela picaresca.
Víctor comentó que es el libro que más veces ha leído y que, en esta última lectura, se ha fijado especialmente en todo lo relacionado con la naturaleza. Destacó la documentación llevada a cabo por Baroja, recogiendo palabras como “Algarín”, que ha dado nombre a un club de senderismo de Villaviciosa de Córdoba. No obstante, en su opinión, abusa demasiado de los estereotipos, como el de los gitanos, los toreros, etc.
Carmen reconoció que es la primera vez que ha leído La feria de los discretos, treinta y dos años después de vivir en Córdoba; pero le ha permitido recordar, en pleno confinamiento, lugares y callejones que conocía. Leyéndola, se ha escapado de la ciudad de Córdoba estando en ella.
Lola la considera una novela costumbrista, porque acentúa especialmente lo pintoresco y lo local. Le ha interesado el hombre de acción que pretende ser Quintín, frente a la apatía general de la sociedad cordobesa. Y el final le parece un desenlace muy rápido, aunque bien resuelto.
Para Enrique el mérito de esta novela reside en que se desarrolla en Córdoba. Considera al protagonista de la misma un parásito social, que se caracteriza por su vileza y egoísmo, frente a la pureza y bondad de otros personajes, como las hermanas Remedios y Rafaela.
En el debate propiamente dicho comentamos los siguientes temas:
- La imagen pesimista de España, frente a los países del norte: “Los oficios donde no hay que trabajar -aseguró Quintín-. Son el ideal del español. “Trabajar como un moro y ganar como un judío es también mi ideal”, se dijo a sí mismo”. Springer, un suizo afincado en Córdoba, asegura, en esta misma línea argumentativa: “Este pueblo, como casi todos los españoles, vive una vida arcaica. Todo tiene aquí un cúmulo enorme de dificultades. Todos son puntos muertos y los cerebros no andan. España es un pueblo con articulaciones anquilosadas; cualquier movimiento le produce dolor; por eso el país para progresar tendría que marchar lentamente sin saltos”. Y su padre, del mismo apellido, señala: “Aquí no se puede intentar nada nuevo porque sale mal. Aquí nadie pone nada de su parte para sacudir esta inercia. Aquí nadie trabaja”.
- La idea del hombre de acción que Baroja antepone en sus novela al hombre pasivo y resignado a su suerte. Quintín, decide serlo, cuando Rafaela lo rechaza porque carece de dinero: “Hay que ser hombre de acción”, se dice a sí mismo, después de pasar la noche sin dormir. En efecto, lo primero que hace es enfrentarse a un hombre obeso que estaba criticando en un bar a una actriz, echándole en cara sus embustes: “¡Usted me va a pegar a mí! -exclamó Quintín-. ¡Ja…, ja…,ja…! ¡Con esa cara , y esos brillantes, y esas patillas teñidas con tinta china…! ¡Ja…, ja…,ja…! ¿Pero usted se ha mirado al espejo?… ¡Porque cuidado que es usted repugnante, compadre!”
- La decadencia de la nobleza, sobre la que hay referencias directas calificándola como “turba de alcoholizados y de enfermos, productos podridos por la vida viciosa y los matrimonios consanguíneos”; aunque son más interesantes, desde el punto de vista literario, las referencias indirectas, por ejemplo, esta descripción que hace Baroja de unos de los salones del palacio del Marqués de Tobera, donde se refleja la decadencia de esta clase social: “Tenía aquella estancia un aire completo de desolación. En las paredes pintadas llenas de desconchaduras, había retratos de cuerpo entero de señores con uniforme y hábitos de nobleza; algunos cuadros tenían el lienzo roto; otros, los marcos carcomidos por la polilla; los sillones de cuero desvencijados (…) los tapices antiguos con figuras de relieve que ocultaban puertas, estaba llenos de desgarrones…”
- El machismo, pues en la novela aparece una imagen de la mujer, como un ser que no necesita pensar, sólo resultar atractiva para los hombres y sometida a ellos. Esto piensa Quintín que paradójicamente es una persona formada y que incluso llega a amenazar a su amante, María Lucena, cuando esta se niega a darle la llave de la casa: “Mira, no acabes con mi paciencia, que te voy a dar un trastazo”. Para él todas las mujeres son pendones, es decir, rameras. También para Escobedo, un amigo de Quintín, las mujeres “son hembras, como las yeguas, como las vacas”.
- Y el amor que se presenta como una fuerza viva y transformadora. Quintín está enamorado de Rafaela a su pesar, porque él querría considerarse un epicúreo. Incluso llega a decirle que por ella sería capaz de trabajar, renunciando a su ideal de enriquecerse sin hacerlo. Y también se enamora de la hermana pequeña de esta, Remedios, a la que acude para encontrar la felicidad, aunque le rechaza, por su falta de honradez, pues se ha valido, durante toda su vida del engaño y la mentira para obtener éxito.
En cuanto a los personajes, nos detuvimos en los más relevantes:
- Quintín es alto, fuerte y atractivo, pero orgulloso, desobediente y peleón. No siente entusiasmo ni por la religión ni por la patria. “Yo no soy protestante ni tampoco católico. Soy horaciano. Creo en el vino de Palermo y en el Cécubo y en las viñas de Calés. También creo que debemos de dejar a los dioses el cuidado de calmar a los vientos”, les dijo a sus compañeros ingleses en el banquete de despedida del colegio. Está obsesionado con hacerse rico a toda costa, pero sin trabajar: “ahora sí, por llegar a tener dinero y vivir bien, soy capaz de todo (…) Que mañana me dicen, por ejemplo, Vendiendo a todos los habitantes de Córdoba como esclavos, se puede hacer una fortuna, pues los vendería (…) la pereza tiene su premio y el trabajo su castigo”. Esta obsesión, unida a su falta de escrúpulos morales, le llevará a apropiarse del dinero destinado a la revolución liberal. Triunfará en la vida pública, llegando a ser diputado; pero personalmente se siente insatisfecho.
- Rafaela y Remedios son nietas del marqués de Tobera: la primera es amable y guapa, pero acaba casándose con Juan de Dios, un hombre rico y zafio al que no quería; la segunda, en cambio, es más sincera y auténtica, como lo demuestra su rechazo a Quintín del que está enamorada por la falta de honestidad de éste.
- La Aceitunera está casada con el hijo del conde, pero su origen es humilde y se siente orgullosa de ello: “Si la gente del pueblo valemos más que todos esos duques y marqueses, con su ceremonias y ringorrangos. ¿Dónde está la sal? En el pueblo… Porque me casé con su tío de usted que es un cabestro”. Esta forma de pensar la acerca al protagonista, que se hace amigo de ella, después de secuestrarla.
- Y Palomares, dependiente del padrastro de Quintín, que también tiene conciencia de clase y espíritu revolucionario: “Tú eres revolucionario, ¿verdad? -le dijo Palomares-. Pues si alguna vez vais contra los ricos, llámame. Iré con toda mi alma, hasta hacerles echar la higadilla. En el mundo no hay más que ricos y pobres, y ríete tú de progresistas y de moderados. ¡Ah, canallas!”.
Reflexionamos sobre el título, La feria de los discretos, en particular sobre el adjetivo “discretos”, que aparece en varios pasajes de la novela referido a los cordobeses y a los españoles, pero siempre con un sentido negativo. Dice Quintín: “Son muy discretos, amigo Springer; somos muy discretos, si te parece mejor. Mucha facundia, mucha palabra entusiasta y fogosa, mucho floreo; un aspecto superficial de confusión ingenua y candorosa; pero en el fondo, la línea recta y segura. Hombres y mujeres discretísimos. ¡Créetelo! La exaltación por fuera y el frío por dentro”. Es decir, mucha palabrería hueca, pero poca capacidad para innovar.
El mismo Quintín en el artículo de despedida que publicó en La Víbora escribe: “¡Adiós, Córdoba, pueblo de los discretos, espejo de los prudentes, encrucijada de los ladinos, vivero de los sagaces, enciclopedia de los donosos. albergue de los que no se duermen en las pajas, espelunca de los avisados, cónclave de los agudos, sanedrín de los razonables! ¡Adiós, Córdoba! Y ahí queda eso”.
Interpretamos que, al insistir en que son discretos, quiere decir que los cordobeses y los españoles no intentan crear nada nuevo, porque sale mal, y viven en una inercia que les hace conformarse con lo que tienen, aunque no les satisfaga.
También hablamos del punto de vista del narrador omnisciente que conoce todo sobre los personajes, en especial sobre el protagonista, hasta el punto de que hace suyos los pensamientos críticos de éste, por ejemplo, cuando compara la casa de María Lucena, que representa a Córdoba, con la de los padres de Springer, que representa a Zurich: “¿Qué diferencia entre aquel hogar y la casa en donde Quintín había vivido con María Lucena y su madre! Allí no se hablaba de marqueses, ni de condes, ni de cómicos, ni de toreros, ni de jacas; allí no se hablaba, de perfeccionamiento de la industria, de arte y de música”.
Sobre la estructura interna de la novela, coincidimos en que el inicio “in medias res” es acertado, porque despierta expectativas en el lector sobre el protagonista, que vuelve de Inglaterra a Córdoba, pero del que no sabemos nada. Poco a poco iremos conociendo quién es, cuál es su verdadero padre, cómo le ha ido su estancia en el colegio de Eton y cuáles son sus planes de futuro. Igualmente valoramos positivamente el final, con un Quintín ya maduro, que ha triunfado profesionalmente y que vuelve a Córdoba para casarse con Remedios; pero que –como se ha dicho- es rechazado por ésta a causa de su comportamiento deshonesto: “Quintín sintió el corazón oprimido y suspiró fuertemente. Luego quedó extrañado. Estaba llorando”. El mensaje final que nos queda es que, en este mundo, hay que valerse del engaño y la mentira para triunfar y hacerse rico, menos en el amor donde es necesaria la honradez y la sinceridad.
Sin embargo, se constató que, en la parte central de la novela, Pío Baroja se desvía continuamente de la historia principal, para detenerse en personajes secundarios, situaciones y lugares por donde pasa el protagonista, lo cual nos hace desconectar de la lectura.
Finalmente, nos referimos a rasgos de humor negro, que se reconocen en dos situaciones generalmente serias, pero que son tratadas por Baroja con una cierta sorna:
- Al deseo del señor Matignon de ver una funeraria, le responde Quintín: “Por aquí no hay ninguna. Todas están muy lejos; pero si ve usted una tienda donde se venden guitarras, allí puede usted decir que se hacen cajas de muerto”.
- “A la luz de la luna, Quintín leyó: “Patrocinio de la Mata, viste cadáveres a todas horas del día y de la noche en que se avise, a precios muy arreglados”
Podíamos haber seguido debatiendo, porque La feria de los discretos da para mucho, tanto por su contenido como por su forma, pero, después de dos horas, pusimos punto final a la sesión.
Próxima lectura: Niña, mujer, otras de Bernardine Evaristo, novela ganadora del Premio Man Booker 2019, que ha sido traducida al español por Julia Osuna, hija de nuestro compañero Miguel. Se fijará la fecha concreta de la sesión en el mes de septiembre.
Nuestro compañero Benito Vaquero Ortega, ha creado un mapa que titula «La Córdoba de Pío Baroja. Un discreto paseo». Se trata de un recorrido por la geografía de los lugares de Córdoba citados en la novela de Pío Baroja, «La feria de los discretos». Incluye el número de los capítulos correspondientes, texto de referencia y en lo posible fotografías de la época.
Del mismo modo, y para la más fácil identificación de los escenarios barojianos en la Córdoba de principios del siglo XX, ha montado el cortometraje «La Córdoba de Pío Baroja. La feria de los discretos».