Nuestro piano de Novecento

 Así lo percibimos los alumnos y profesores que asistimos al club de lectura, el pasado miércoles . Éstas reuniones significan para nosotros lo que el piano para Novecento, a quien las ochenta y ocho teclas le permitían crear una música infinita. Del mismo modo, a nosotros, los libros que llevamos leídos y sobre los que hemos hablado nos han permitido imaginar cómo es el mundo y cómo son las relaciones humanas. 

Allí, sentados al fondo de la biblioteca, como cada mes, intercambiando miradas y palabras, estuvimos reunidos los del club, en menor número, porque las dos obras de las que hablamos, eran menos accesibles, que las de otras ocasiones:

Las dos van a ser representadas en las III Jornadas de Teatro, que se celebrarán, en nuestro centro, los días 8, 9 y 10 de febrero. Por eso, las habíamos escogido. 

La acción de la primera de ellas se sitúa, a finales de los años cincuenta del siglo pasado, en Nueva York. Estados Unidos, en ese momento, atraviesa por un periodo de esplendor económico; pero lo que sienten los protagonistas de “Historia del zoo” no es felicidad. Uno, Jerry , porque no tiene nada: sus padres murieron alcoholizados, cuando él era un niño; después, se fue a vivir con una tía fúnebre, que todo lo hacía fúnebremente; y ahora vive solo en una pensión de mala muerte, rodeado de seres marginados. El otro, Peter, aunque tiene casa propia, mujer e hijas, y un trabajo que le permite vivir desahogadamente, tampoco es feliz, porque no ha elegido nada de ello. 

Es una obra que enlaza con el teatro del absurdo, pues los diálogos y situaciones, aparentemente disparatados, poco a poco, nos descubren a dos seres insatisfechos, que acaban peleando por un banco.  

¿Por qué? Se preguntaban los alumnos asistentes. ¿Qué significado tiene el banco? ¿Y el zoo? ¿Por qué se titula la obra “Historia del zoo”? 

Después de analizar los personajes, concluimos que el banco es un espacio para compartir, para comunicarse; pero también para ser poseído y discutir. Para Peter las horas que pasa leyendo, en este lugar del parque, todos los domingos por la tarde, constituyen el único momento de felicidad, porque es lo único elegido por él, que le permite realizarse como persona. Jerry no tiene nada y ha tomado la decisión de morir; con su intento de poseer el banco, pretende provocar a Peter para que le quite la vida.

El zoo representa la propia existencia humana, pues, del mismo modo que, en este espacio, los animales están separados por barrotes, que les impiden comunicarse entre sí, también, en la vida diaria, existen barrotes imaginarios, que dificultan la comunicación entre las personas. “Esas son las reglas del zoo” le dice Jerry a Peter, después de contarle su vida miserable. “Esas son también las reglas de la vida” añadimos nosotros.

¿Existen personas, en el mundo de hoy día, que respondan a las características de estos dos seres de ficción? Nos preguntamos en la reunión.  

Como Jerry, seguro que sí, en cualquier barrio marginal de una gran ciudad, incluida Córdoba; como Peter, quizá sea más difícil encontrarlas, porque, actualmente, en la sociedad de consumo, predomina una filosofía hedonista de la vida, enfocada hacia el placer y la felicidad, aunque esta, con frecuencia, es más superficial que verdadera. 

Una obra, en suma, profunda, con personajes que no nos quedan indiferentes, porque tocan nuestros sentimientos más íntimos y personales; y de la podríamos haber seguido hablando, pero el tiempo, el pasado miércoles, era límitado. 

Novecento”, en cambio, no nos había desgarrado por dentro, como “Historia del zoo”; pero sí nos había enamorado. En primer lugar, por la historia que cuenta: la de un pianista extraordinario que nació en el transatlántico Virginian y allí permaneció, durante toda su vida.  También por el punto de vista narrativo: el del personaje secundario y trompetista de la orquesta,Tim Tooney, que le confiere a la historia la complicidad del amigo, que conoce todos los secretos del protagonista. 

Pero sobre todo “Novecento” nos gana por el poder evocador de la música, que es capaz de trasladarnos a lugares que no conocemos y de comunicar cosas que no pueden ser dichas con palabras:

La última noche estábamos tocando allí para los típicos imbéciles de primera clase, llegó el momento de mi solo, empecé a tocar y, a las pocas notas, oí el piano que me acompañaba, como un susurro, pero tocaba conmigo. Continuamos juntos, y yo tocaba lo mejor que sabía (…), con Novecento detrás de mí, siguiéndome a donde fuera, como él sabía hacer. Nos dejaron continuar durante un rato, a mi trompeta y a su piano, por última vez, diciéndonos allí todas las cosas que no pueden ser dichas con palabras”.

Novecento y su piano de la vida; con él nos quedamos: con su música maravillosa, con sus deseos conjurados y con sus valores como persona: su capacidad de soñar, que le permite ver el mundo a través de la gente, su falta de espíritu competitivo, y su sencillez y solidaridad con los más necesitados. Parafrasenado su propias palabras: “A la mierda todo los demás”.

Sólo el final es impropio de una historia tan sugerente. No se comprende la referencia ñoña al paraíso, ni que el protagonista llegara a él, cuando en ningún momento se ha aludido a su religiosidad. Menos aún se entiende, ni siquiera desde un punto de vista humorístico, esa especie de regodeo en lo macabro, con la pérdida del brazo izquierdo y su búsqueda infructuosa.

 No obstante, y a pesar de este final tan inapropiado, como dijo Carmen, nos quedamos con Novecento.

 Próxima lectura:  

Fahrenheit 451” de Ray Bradbury.

Día 13 de marzo, a las 18 horas, como siempre, en la biblioteca.