En la sesión de ayer miércoles, revivimos el viejo debate de la distinción entre el fondo y la forma en una obra literaria: unos se centraron en el análisis del contenido, particularmente, en el personaje de Hugo Bayo, a la hora de valorar la novela La vida negociable, mientras que otros nos fijamos más en la forma, es decir, en la expresión verbal de aquel, como si ambos conceptos fueran opuestos, cuando en realidad están interrelacionados. Quizá el calor del debate, siempre saludable en un club de lectura, nos llevó a radicalizar posturas.
En la presentación del autor, nacido en Alburquerque, Badajoz, el 25 de marzo de 1948, leímos unas palabras sobre su niñez: “Mi infancia la pasé en el campo: iba a buscar nidos durante la primavera, iba a grillos, a lagartos, a ranas. Recuerdo que en el mes de septiembre solíamos coger higos y membrillos. La infancia rural a mí me parece maravillosa y me encanta haberla vivido por el continuo contacto que se tiene con la naturaleza. Creo que después de la literatura lo que más amo es la naturaleza. Pienso que la patria del hombre es su infancia porque las experiencias no se olvidan”.
Su familia emigró en 1960 a Madrid; pero su padre, con el que se llevaba muy mal, murió con tan solo 50 años y no tuvo ocasión de ver el éxito como novelista de su hijo. Así, recuerda el propio Landero este episodio y la importancia que tuvo para él: “Cuando murió mi padre algo cambió de un modo brutal en mí, y de pronto cargué con una culpa que, de algún modo sigo cargando, pues yo sé que mi padre se vino a Madrid por mí y sé que le decepcioné. Entonces me di cuenta de que ya no me quedaba tiempo de reparar sus desengaños y las traiciones que le hice”.
En efecto, a partir de ese momento, con solo 15 años, tuvo que trabajar en diversos oficios para costearse, primero, los estudios de bachillerato y, después, los universitarios. A pesar de las dificultades, logró licenciarse en Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid. Ejerció como profesor ayudante de Filología Francesa, en esta universidad; también como profesor de Lengua y Literatura Española en un instituto de esta ciudad; y finalmente impartió clases en la Escuela de Arte Dramático, donde se jubiló.
Su primera novela, Juegos de la edad tardía, publicada 1989, fue muy bien acogida por parte de la crítica y el público, y Luis Landero consiguió, gracias a ella, el Premio Nacional de Literatura y el Premio de la Crítica.
Posteriormente, publica Caballeros de fortuna y El mágico aprendiz, novela con la que consigue el Premio Extremadura a la Creación en el año 2000. Dos años más tarde, sale a la luz El guitarrista y, en 2008, queda finalista, en el Premio Nacional de Narrativa Dulce Chacón, con la obra Hoy, Júpiter. Al año siguiente, publicó “Retrato de un hombre inmaduro”. A esta novela le siguen Absolución (2012), El balcón en invierno (2014), que es una obra autobiográfica, y La vida negociable (2017). Todas se han traducido a diferentes lenguas.
Sobre el oficio de novelista, ha dicho lo siguiente: «Todo lo que escribo está marcado por una especie de obsesión hacia las personas vulgares, que lo son sólo en apariencia, porque luego esconden un mundo de sueños y se lanzan a la aventura de trascender su propia existencia. Si tuviera que dar a mis novelas un calificativo, las llamaría existencialistas… Si es que se puede acomodar esa palabra a nuestro tiempo».
En efecto, sus obras de ficción tratan de personajes soñadores que fracasan; pero que siguen luchando y no se rinden; que mantienen el tipo hasta el final; que tratan de sobrevivir con la mayor dignidad posible. Como Hugo Bayo, protagonista de La vida negociable, que quiso ser actor famoso, aventurero, multimillonario, licenciado universitario, comerciante, y después de aspirar a tanto, acaba condenado a trabajar en una peluquería. Por eso, todas sus novelas destilan una cierta melancolía, que en realidad forma parte de la condición humana. En este sentido, Landero es un escritor cervantino.
En el turno de opiniones sobre La vida negociable, Miguel sostuvo que la novela es triste y fatalista; y su protagonista, Hugo Bayo, le enerva por la maldad que demuestra con sus padres y con su mujer. Carece de dignidad.
También María Jesús y José Manuel manifestaron su repulsión hacia este personaje, sobre todo por el comportamiento cruel que tiene con su “amigo” Marco, al que maltrata injustificadamente.
De la misma opinión era Inés, aunque reconoció que la novela le había enganchado, especialmente la segunda parte de la misma, a partir del momento en que el protagonista marcha voluntario al ejército.
Clara, en cambio, valoró precisamente el carácter antiheroico de Hugo, que lo acercaba a la vida misma, aunque lo alejaba de otros personajes de Luis Landero, como el protagonista de Absolución, Lino, quien, tras una vida errática y llena de insatisfacciones, acaba siendo una hombre feliz. No obstante, reconoció que prefiere leer libros que le alegren la vida.
Benito elogió la técnica narrativa del escritor extremeño y confesó que la historia que se cuenta en esta novela no se le ha olvidado, a pesar de que hace tiempo que la leyó. De las dos partes en que se divide, la primera le parece más dura y la segunda, en cambio, más humorística. Su protagonista no le resulta antipático, sino que refleja la parte más oscura de la naturaleza humana, que todos tenemos.
Para Carmen La vida negociable es una novela cervantina, porque juega con el lector continuamente y porque Landero es capaz de darle la vuelta al personaje de Hugo, si se le compara con personajes de sus novelas anteriores. No obstante, por su iniquidad, le ve también rasgos de la novela picaresca, en concreto, de La vida del Buscón de Francisco de Quevedo.
Comentamos que la historia está situada en el pasado, a partir un presente incierto (una noche de septiembre), al que se vuelve al final. Hugo, el protagonista, finge contársela a un auditorio fiel de pelucandos a los que se dirige como si fuera un actor: “Señores, amigos, cierren sus periódicos y sus revistas ilustradas, apaguen sus móviles, pónganse cómodos y escuchen con atención lo que voy a contarles”.
Sus reflexiones continuas nos permiten conocer sus pensamientos positivos: “¡Bien, bien!, me dije en cuanto me quedé a solas. Has conseguido ser tú mismo, sólo tú mismo”. Pero también su maldad y su deseo de venganza contra su madre: “Yo era un instrumento de la justicia y la castigaba por su pecado, ciertamente, y me parecía que de ese modo salía en defensa del honor maltrecho de mi padre y aún del mío propio, porque también yo me consideraba traicionado y deshonrado, pero lo más inquietante era el goce que sentía al dominar a mi madre, al torturarla con indirectas y reafirmar así mi poder sobre ella”. Y veces, se recrimina algún comportamiento, con la finalidad de darse ánimos: “Tienes que hablar más despacio, aunque tampoco está mal que te atropelles de vez en cuando”.
Comentamos que la historia de Hugo es un ir y venir continuo, del sueño a la realidad, y de la realidad al sueño, y que Luis Landero sabe ir engarzando los diferentes episodios con la habilidad propia de los grandes narradores.
Hubo discrepancias sobre si el protagonista se redime, cuando encuentra a sus padres en una residencia de ancianos, con la intención de pedirles perdón, aunque no puede hacerlo, por el deterioro cognitivo de ambos. Sí, coincidimos, en cambio, en considerar el final de la novela abierto, pues, al descubrir Hugo el cartel de la peluquería (Se vende o se traspasa) siente de nuevo el roce de la fatalidad y sabe que en ese instante se inicia un nuevo capítulo en su vida.
Nos preguntamos por el significado del título, “La vida negociable”, y lo interpretamos, en el sentido positivo, de que las personas, para vivir en sociedad, tenemos que ir adaptándonos a las circunstancias adversas, que, en ocasiones, surgen en nuestra vida; pero también en el sentido negativo de que esa capacidad de adaptación a veces nos puede llevar a justificar maldades. Ambos significados se reconocen en la novela, pues, primero, el padre justifica su comportamiento corrupto con el argumento de que todo en la vida es negociable, y después Hugo se aplica a sí mismo esta máxima, para animarse, cuando no está seguro de ser campesino.
Con respecto al tiempo histórico, sólo hay una referencia a 1990, al principio, cuando Hugo es un niño, que nos permite localizar su historia, en la España gobernada por los socialistas, donde “se estaban creando grandes fortunas como quien dice de la nada”.
En cuanto a los personajes, además del protagonista, comentamos el papel que desempeña Leo, la cual está traumatizada por el vídeo pornográfico de sus padres que vio de pequeña. Por eso, odia el matrimonio y le dan asco los hombres. Si Hugo se sitúa en el mundo de los sueños, a pesar de su mezquindad, ella representa la realidad. Así cuando éste empieza a estudiar, yendo a una academia, y alardea de lo que sabe, considerándola una ignorante, Leo le dice: “Lo que te pasa ahora con los libros es lo mismo que te ha pasado siempre con todas las cosas. Es solo humo, un poco de humo y nada más.”
Esto nos dio pie a establecer un paralelismo –con el que no todos estuvieron de acuerdo- entre La vida negociable y Don Quijote de La Mancha, pues, del mismo modo que Cervantes, dota a su personaje de los instrumentos necesarios para vivir sus aventuras, básicamente, las armas y el escudero, Landero hace lo propio con Hugo, proporcionándole el dinero, que obtiene mediante el chantaje a sus padres, y el acompañante que le ayuda a cumplir los sueños: su mujer Leo, que siempre trata de que ponga los pies en el suelo.
Marco nos pareció una víctima. Es inocente, leal y sumiso, y encuentra en Hugo un asidero para vivir en la sociedad, una persona que lo proteja de un mundo lleno de riesgos y asechanzas. Éste, en cambio, se comporta de forma cruel con su amigo.
El brigada Ferrer enseña a Hugo los fundamentos del oficio de peluquero, aunque, como él, se siente fracasado, pues había trabajado siempre en el ejército y aspiraba a un futuro mejor. Por eso, le dice, para animarle: “sufres la insatisfacción crónica que es propia de ese abismo que se abre entre lo que uno hace y lo que uno desearía hacer”.
La coronela representa la hipocresía de la clase alta, ya que muestra una imagen de esposa virtuosa y honrada que no se corresponde con la realidad.
Coincidimos en elogiar el estilo de Luis Landero, que en relación a otras novelas anteriores, se vuelve más sobrio, en aras de una mayor precisión y exactitud, aunque sin perder su brillantez habitual: “Y ahora entra en escena otra vez el silencio, su majestad el silencio, el que a veces te obliga a decir lo que no quieres y a callarte lo que anhelas decir, el urdidor de equívocos, de esperanzas, de angustias, de culpas, de las más fantásticas sugerencias e hipótesis, espada que hiere y elixir que alivia, cornadas de grillo que a veces son mortales, escaparate y trastienda donde ocultarse o exhibirse, albergue donde descansar y laberinto donde extraviarse, el comediante de las mil caras, el único capaz de decir lo indecible, el histrión desvergonzado al que no le importa hacer público lo inconfesable sin miedo ni rubor, el mago que convierte lo claro en turbio y lo inescrutable en evidente, el que con más secreta elocuencia nos define, porque tanto o más que nuestras palabras los demás nos conocen e intuyen por nuestros silencios.”
Y en particular valoramos su sentido del humor, que le permite contar la historia de un personaje indigno y malvado, como Hugo Bayo, con la distancia necesaria para que los lectores nos podamos reír de él, incluso en situaciones de violencia, como, cuando destroza la peluquería del viejo Baltasar, después de insultar a todos los que en ese momento se encuentran en ella.
Después de la sesión, los asistentes a la misma nos fuimos a comer, para celebrar la vitalidad del club de lectura, que ya ha cumplido nueve años de existencia, durante los que hemos hablado de más de ochenta obras.
Próxima lectura, como homenaje a Juan Goytisolo, escritor fallecido recientemente, su obra autobiográfica Coto vedado, de la que hablaremos el 13 de septiembre, miércoles, a las 18 horas, en la biblioteca.
Feliz verano a todos los aficionados a la lectura.