De nuevo los contrastes aparecieron ayer en la sesión del Club de Lectura. Por un lado, la adhesión incondicional de Adela, gran admiradora de la obra literaria de Ana María Matute; y por otro, la frase enigmática que dijo Enrique: “Tengo sesenta años”, con lo que quería decir que ya se le había pasado la edad de leer un libro para adolescentes, como El polizón del Ulises. Los demás, situados en una postura intermedia, elogiamos el estilo de la autora catalana, su extraordinario dominio del lenguaje, y sus descripciones precisas y llenas de resonancias clásicas, aunque, al mismo tiempo, echamos en falta algo más de acción.
A algunas alumnas de 1º de Bachillerato, que asistieron a la reunión y que ya habían leído el relato, cuando estudiaban 1º de ESO, su relectura les permitió descubrir aspectos que no habían llamado su atención, como la descripción inicial de las tres hermanas.
Centrados en el análisis de El polizón del Ulises, comentamos el enfoque didáctico del mismo, al estilo de los cuentos tradicionales, contados al calor de la lumbre. Así, Ana María Matute no sitúa la historia en ningún lugar concreto; nos dice, además, que “ocurrió hace tiempo, pero la verdad es que lo mismo pudo ocurrir hace cien años, que dentro de otros cien, que ayer o que hoy”; y adopta un punto de vista mixto, pues, tras el narrador omnisciente, se oculta una primera persona que hace comentarios sobre la acción.
El esquema clásico en el que se estructura el relato -con introducción (cuando dejan a Jujú en una cesta), nudo (su proceso de aprendizaje) y desenlace (su crecimiento y maduración)- también contribuye al enfoque didáctico. Y por supuesto la moraleja: que las personas, con el paso del tiempo, dejamos atrás los sueños y las fantasías de la infancia y nos hacemos más pragmáticos y responsables.
Sobre el título, coincidimos en lo acertado del mismo por el papel predominante del personaje Polizón, que condiciona la vida del protagonista, y porque los sueños de éste se concretan en un velero, producto de su imaginación, llamado, precisamente, Ulises. Además, se trata de un título que nos intriga desde el principio.
A la pregunta si se pueden considerar redondos los personajes, contestamos que las tres tías (Etelvina, Leocadia y Manuelita) no, porque siempre se comportan igual, tal y como se describen al principio del relato. En cambio, Jujú y Polizón sí demuestran capacidad para sorprendernos, ya que el primero evoluciona desde la niñez a la adolescencia, y el segundo, que finge ser un marinero, huido de la prisión, porque no puede vivir sin el mar, es, en realidad, según confiesa él mismo, un pobre ladrón, que no conoce ninguna isla y jamás ha visto el mar. Es verdad que, después de dejar abandonado al niño, reacciona y lo salva, rescatándolo del río y llevándolo a casa; pero lo hace, según dijo Adela, porque los ladridos de Contramaestre actúan sobre él como la voz de su conciencia.
En cuanto a los temas, nos pareció que la amistad entre estos dos personajes constituye una de las bases de la historia, quizá la más importante, sobre todo si pensamos en el desenlace. Sobre la familia, nos preguntamos acerca del papel que desempeña en el relato y en nuestras propias vidas; si nuestros padres, como las tías del protagonista, se crean expectativas con respecto a nosotros. La respuesta de algunas alumnas fue que , en efecto, así era, y que , cuando no se cumplían esas expectativas, se sentían defraudados. No obstante, coincidieron en que el respeto a las decisiones que ellas tomaban prevalecía.
También hablamos de la fantasía; de cómo a Jujú se le despertó el sueño de viajar y conocer el mar; y de sus similitudes con Don Quijote, pues, del mismo modo que éste se vuelve loco, de tanto leer libros de caballería, e imagina ser un caballero andante, aquel construye su mundo de fantasía en el desván, a partir de la lectura de los libros de viajes de sus bisabuelo. Igualmente, los dos regresan al mundo real: el personaje de Cervantes, recuperando el juicio, poco antes de morir; y el protagonista de El polizón del Ulises, olvidándose de sus sueños infantiles, una vez restablecido de la grave enfermedad.
Al final, después de una hora y media conversando sobre este relato, se preguntaba Enrique con humor si Ana María Matute, al escribirlo, pensó en todos los aspectos que habíamos comentado. Probablemente no y en esto reside uno de los misterios de la buena literatura: su plurisignificación, es decir, que admite múltiples interpretaciones y análisis.
Próximo libro: Paradero desconocido de Kressmann Taylor. Como se lee rápidamente, en un par de horas, hablaremos de este relato, que denuncia los horrores del nazismo, el jueves, día 7 de junio, a las 19 horas, como siempre, en la biblioteca, que se está muy fresquito. La edición impresa está agotada, así que disponemos de fotocopias en Vicedirección. Podéis pasar a recogerlas.
Me ha gustado el libro de Ana Maria Matute. Es una historia muy linda con un final esperanzador. La he disfrutado, sobre todo, porque me ha retrotraido a ese tiempo en el que la imaginación jugaba un papel tan importante en el desarrollo cognitivo y emocional de los niños. Yo también fue un Juju que imaginaba explorar mundos desconocidos y me inventaba mis propias misiones al Machu Pichu, las pirámides de Egipto, o la muralla china, en busca de tesoros y restos arqueológicos. No sé si ahora con todas las nuevas tecnologías que tenemos al alcance de la mano todavía hay niños y niñas que se inventan sus propias fábulas. Quiero creer que sí, tal y como puedo observar a veces en el recreo de la escuela donde trabajo.
Me resulta curioso el papel de las tres señoritas, y cómo representan tres diferentes facetas en la educación de una persona: la educación intelectual y cultural, el afecto emocional, y la independencia y el poder de hacer las cosas por uno mismo. En la educación es importante mantener un balance entre estos tres aspectos.