Ayer no contamos con la presencia de alumnos en el club de lectura, a causa de las Pruebas de Selectividad. Esto propició una reunión con intervenciones más largas y reflexiones quizá más profundas. En la presentación del autor, que hicimos entre todos, se dieron algunas claves para entender la novela “El túnel”: la infelicidad de Ernesto Sábato, durante su infancia; las sucesivas crisis existenciales, que le llevaron, primero, a militar en el partido comunista y, después, a desencantarse con las atrocidades cometidas por Stalin, en la Unión Soviética; etc.
Desde el principio, quedó claro que íbamos a hablar de Juan Pablo Castel, protagonista absoluto de esta primera novela del autor. Se emplearon calificativos, como esquizofrénico, paranoico, egoísta y contradictorio, con el fin de acercarnos él y tratar de entender su extraño comportamiento.
La mayoría de los asistentes habíamos leído “El túnel”, en nuestra juventud: unos apenas teníamos recuerdos de su contenido y volver a leerla ha sido como hacerlo por primera vez; otros, en cambio, tenían muy presente la vida tortuosa de Juan Pablo Castel, bien porque su lectura coincidió con un periodo de crisis personal o bien porque se había convertido en un libro de cabecera, al que volvían, una y otra vez.
En cualquier caso, a casi todos nos había calado hondo esta novela de apenas 160 páginas, en la que no solo importa lo que se dice, sino sobre todo lo que se sugiere, a través de los espacios en blanco, como comentó Carmen.
Por eso, nos formulamos preguntas:
¿Qué sabemos de María y de sus sentimientos? ¿Y de Allende, su marido? ¿Qué simboliza su ceguera? ¿Cual es el tema de la novela? ¿Qué representa el túnel?
Las respuestas, en un principio, fueron meras tentativas de aproximación; pues la novela admite muchas interpretaciones; pero, poco a poco, fuimos adentrándonos en la mente tortuosa, laberíntica, del protagonista; nos dejamos llevar por sus obsesiones; releímos fragmentos, como el encuentro inicial, la escena de la ventana que, primero, es contada por Juan Pablo y, después, por María:
“Cuando vi a aquella mujer solitaria de tu ventana, sentí que eras como yo y que también buscabas ciegamente a alguien, una especie de interlocutor mudo. Desde aquel día pensé constantemente en vos, te soñé muchas veces acá, en este mismo lugar donde he pasado tantas horas de vida. Un día hasta pensé en buscarte y confesártelo. Pero tuve miedo de equivocarme, como me había equivocado una vez y esperé que de algún modo fueras vos el que buscara. Pero yo te ayudaba intensamente, te llamaba cada noche…”
Así, le expresa ella sus sentimientos, pero él no la escucha, porque sólo piensa en sí mismo, encerrado en el túnel de su soledad, y no está dispuesto a que nadie le ayude a salir.
En cuanto a Allende, concluimos que es el personaje más lúcido de la obra, el único que se atreve a decirle a Juan Pablo lo que es: un insensato, es decir, una persona inmadura, que, a pesar de sus razonamientos continuos sobre lo que hace o deja de hacer o sobre lo que hacen o dejan de hacer los demás, demuestra una falta de juicio total, especialmente, cuando mata a María, que era la única que le hubiera permitido salir del túnel. Allende se comporta así, con la lucidez de otros grandes ciegos de la historia de la literatura, como el Max Estrella de “Luces de bohemia” o el adivino Tiresias de “Edipo rey”. Paradojas que engrandecen estas obras.
El conflicto entre la intuición y la razón nos pareció el tema principal que se plantea en la novela, porque Juan Pablo se guía por la primera, cuando ve a María contemplado la ventana de su cuadro; pero, después, sus absurdos razonamientos le conducen a matarla.
El propio narrador protagonista explica el simbolismo del túnel, al final de la historia; pero, en la reunión de ayer, nos planteamos en qué medida todos estamos dentro de él. Llegamos a la conclusión de que las personas normales salimos y entramos del túnel, porque, a diferencia de Juan Pablo Castel, nos conformamos con lo que tenemos, no estamos obsesionados con alcanzar la perfección absoluta, ni se la exigimos a los demás, ni nos caracterizamos “por recordar preferentemente los hechos malos”. Al contrario, preferimos quedarnos con lo positivo de la vida , porque, como dice María Iribarren, “vivir consiste en construir futuros recuerdos”.
Nos vemos el 23 de junio, jueves, a las 9 horas, para hablar de “El señor Ibrahim y las flores del Corán”, una novela breve, pues apenas llega a las cien páginas, escrita en un lenguaje sencillo, que narra la historia de Momo, un chico de trece años, y su amigo, el señor Ibrahim. Apta para todos los públicos. Os animamos a venir a esta última sesión del club de lectura.
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He sufrido leyendo este libro, al pensar en la situación y en la personalidad del protagonista, su obsesión, su irritabilidad, sus celos, su perdición. Es la crónica de una tragedia anunciada desde el principio. Para mí el túnel que guía la historia está compuesto de espirales de pensamientos negativos y circulares en los que el protagonista está inmerso y paralizado, y que le impiden acercarse al mundo de una manera más libre y sin tantas comeduras de olla. Más que un túnel, yo lo veo más como una rueda de esas que les ponen a los hámsteres en las jaulas. Una rueda que gira y gira y siempre retorna al mismo pensamiento de origen. Esto produce también cierto sufrimiento al lector que no puede evitar sentir repulsa por Juan Antonio, combinada con pena por el desenlace de su historia.
Comparto tu impresión, Paco, pues yo también sufrí leyendo esta novela. Es mérito de Ernesto Sábato haberlo conseguido.