La cólera de Aquiles

La cólera de Aquiles sobrevoló la sesión del club de lectura que dedicamos ayer a la novela El asedio de Troya de Theodor Kallifatides, porque la actitud de este personaje condiciona el desarrollo de la historia, tanto cuando se niega a participar en la guerra, porque se siente deshonrado por Agamenón, como cuando finalmente decide a hacerlo para vengar la muerte de su amigo Patroclo.

La sesión empezó con la presentación del autor a cargo de Paco Paños. Nació en 1938 en Grecia, aunque con 26 años emigró a Suecia, donde reside actualmente. Ha escrito libros de ficción, ensayos y poesía. Ha traducido del sueco al griego a autores como Ingmar Bergman y August Strindberg; ha sido guionista de cine y ha dirigido una película. Entre sus libros destacan: Madres e hijos, donde reproduce una conversación con su propia progenitora; Otra vida por vivir; Lo pasado es un sueño; Timandra, una novela histórica sobre una de las mujeres más fascinantes de la antigüedad griega, que convivió con el héroe Alcibíades; y una trilogía de novela negra. Finalizó la presentación con unas palabras de Julio Llamazares: “En El asedio de Troya, la novela que leí en aquellos días de la pandemia,  Kallifatides cuenta una historia que, a la luz de lo que estaba ocurriendo en el mundo entonces o de lo que ocurre en Ucrania hoy, cobra todo su significado”. 

El propio Paco Paños comenzó el turno de opiniones diciendo que le parece una maravilla de novela por su intencionalidad antibelicista; por el estilo sencillo en el que está escrita; porque  trata temas importantes, como la amistad y el amor; y por el papel predominante que desempeñan las mujeres. Está inspirada en la infancia del autor, que se encontraba en Grecia, durante la ocupación alemana, y que contempló una escena similar a la que se describe en la novela: la ejecución pública de varias personas por los nazis. Por lo demás, le ha llamado la atención que no sepamos nada de los compañeros de clase de Dimitra y el narrador, y que éste último sorprendentemente no tenga una imagen negativa de los alemanes.

A María Jesús los héroes de la Ilíada, capaces de luchar con valor en el campo de batalla, pero también de emocionarse y llorar, le han recordado a las columnas de Irene Vallejo publicadas en El País Semanal. La novela, en su opinión, va creciendo, a medida que se avanza en la lectura, y los dos planos, el real y el ficticio, se van entrelazando. El estilo poético en que está escrita le parece muy sugerente y los personajes se alejan del maniqueísmo por su humanidad. Finalmente, comentó que se había metido en la historia hasta el punto de emocionarse. 

Para Miguel El asedio de Troya es una novela divulgativa y simple. En la adaptación de la Ilíada que ha hecho Theodor Kallifatides, el papel de los dioses es irrelevante, lo cual desvirtúa el sentido de la obra de Homero, donde estos condicionan completamente las vidas de los personajes, que no son responsables de sus actos. Por otra parte, la historia de la ocupación nazi apenas está desarrollada.

Carmen comentó que había ido entrando en la novela progresivamente. Destacó el valor de lo narrativo y de lo novelístico:  cómo el narrador desconocido, de modo similar a lo que hace Cervantes en El Quijote, da la palabra a la maestra para contar la Ilíada a sus alumnos. Por su lenguaje sencillo, la recomendaría como lectura en la asignatura “Literatura Universal” de Primero de Bachillerato, pues es una forma de dar a conocer la inmortal obra de Homero a los jóvenes.

Paco Ortiz también reconoció que se había ido metiendo poco a poco en la historia hasta resultarle una novela agradable. Destacó como algo positivo la ausencia de los dioses griegos, pues la presencia abrumadora de estos en la epopeya de Homero había hecho infructuosos en el pasado sus dos intentos de leerla. No obstante, le le chirrían algunas cosas en El asedio de Troya: la convivencia pacífica de los griegos con los nazis, aunque al final la situación cambia; y el personaje de la Señorita, una maestra que en realidad no daba clases y, por tanto, no se ganaba el sueldo.

Benito valoró la historia de la Ilíada en lo que tiene de divulgativo; pero la historia de la ocupación nazi tarda demasiado en relacionarse con la primera y, cuando finalmente lo hace, se acaba la novela y nos quedamos con las ganas de un mayor desarrollo. También ha echado en falta el factor sorpresa, que él considera fundamental en una novela.

Víctor dijo que había acabado aburrido de tanta batalla y, además, a medida que iba leyendo, se preguntaba por qué le había interesado a los jóvenes de la escuela la historia del asedio de Troya, pues no le parece creíble. No obstante, la novela le había gustado por su intencionalidad antibelicista que aclara el propio Kallifatides en el epílogo: “Ya desde mis años en el instituto, la Ilíada me ha despertado fantasía y admiración. A mi modo de ver, es uno de los más firmes poemas antibelicistas jamás escritos”.

Bela comentó que había iniciado la lectura con muchas expectativas: la maestra que le cuenta a su alumnado la historia del asedio de Troya, para que se olviden, en cierto modo, de la ocupación nazi. Pero esta historia le resultaba lejana y, además, echaba en falta un mayor protagonismo de los alumnos. Entonces, centrada en la Ilíada, empezó a valorar la forma de escribir, el tratamiento de la mujer, etc. Así, hasta que las dos historias se entrecruzan y se resalta el valor universal y antibelicista de la novela, porque las guerras, de las que únicamente somos responsables las personas, sólo ocasionan dolor y muerte. Por eso, le parece ideal para leerla en los centros de enseñanza.

Enrique, finalmente, confesó que, aunque lo había intentado, no había conseguido leer la novela, porque el tema de la guerra de Troya no le interesaba.

En el debate comentamos la estructura interna con las dos historias, que se van entrelazando poco a poco hasta prácticamente fundirse en este poema donde la abuela de uno de los ajusticiados por los nazis expresa su dolor, que es el de todos:

“Niña, ¿cómo he de albergar

tanto dolor?

Si lo extiendo por el valle y las montañas

los pájaros picotearán en él.

Si lo lanzo al mar

los peces lo mordisquearán.

Si lo coloco sobre las cruces del camino

lis caminantes se tropezarán con él.

Mejor lo guardo en el corazón.

Así puedo retirarme un rato a descansar

cuando duela demasiado”. 

Hablamos del punto de vista narrativo que corresponde a una persona mayor de cerca de 70 años, la cual recuerda la ocupación alemana de su pueblo, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando tenía 15. Y también de la narración en tercera persona de la guerra de Troya a cargo de la maestra.

En cuanto a los personajes, nos detuvimos en los siguientes:

La Señorita Marina, la nueva maestra a la que los alumnos llaman bruja, porque conseguía “que los furiosos y temerosos perros callejeros dejaran de ladrar»; pero que consigue granjearse la simpatía de la clase al contarles la historia del asedio de Troya, según la Ilíada de Homero. 

El narrador, que en esa época era un joven de 15 años, enamorado de su maestra y al que le gustaba mucho leer. No cree en Dios, sino en las personas con las que se relaciona y forman parte de su vida: “Sí, creo en ti -le dice a Dimitra-. Creo en la Señorita. Creo en mis padres. Creo en las personas, sencillamente. Algunas son tontas, otras son malas, pero no hay otra cosa en la que creer”.

Dimitra, compañera de clase, que está enamorada del narrador, aunque no es correspondida. No acepta su destino de mujer entregada al cuidado de los hijos y la casa: “Odio ser una chica”. Muestra también su feminismo al criticar los abusos de que eran objeto las mujeres en la Ilíada: “Señorita, ¿por qué eran tan atroces los griegos? ¿Por qué abusaban de las esposas e hijas de los troyanos?”. Cuando la maestra le responde que “el cuerpo de la mujer es el campo sobre el que los hombres se pisan, unos a otros, el honor y la gloria”, Dimitra, consciente de su valía, le responde: “Tengo catorces años y mi cuerpo no es ningún campo. Yo soy mi cuerpo”.

Héctor, hermano de París, que, a diferencia de éste, es valiente en el campo de batalla, aunque demuestra cierta debilidad, cuando huye de Aquiles, temiendo por su vida. También se comporta amablemente con Helena, amante de su hermano Paris, a la que defiende de las habladurías de los demás. Era conocido como El domador de caballos.

Aquiles es el mayor de todos los guerreros aqueos; pero, cuando Agamenón le roba a su amada Briseida, se siente tan ofendido que renuncia a luchar. Sólo toma de nuevo las armas para vengar la muerte de su amigo Patroclo, mostrándose cruel y despiadado. Era conocido como El de los pies ligeros por su velocidad; pero precisamente en el talón estaba su único punto débil, la única parte vulnerable de su cuerpo.

Helena, a la que se considera como la mujer más bella que jamás haya existido, se siente culpable de la guerra, así como de sus terribles consecuencias y lamenta su situación: 

“¿Quién querría intercambiarse conmigo y ponerse en mi lugar? -pensaba, y dispuesta estaba a cortarse el cabello, lastimar su hermoso pecho y rasgarse los muslos blancos como lirios con un afilado cuchillo, si acaso pudiera ser de alguna utilidad o consuelo.

Iba a perder o al padre de su hijo o a su amante, Esparta o Troya, su tierra o la de Paris. Ganara quien ganara la guerra, ella siempre sería derrotada”

Briseida, esclava y amante de Aquiles, convence a éste para que entregue el cadáver de Héctor a su padre, con el fin de que pueda ser enterrado con la dignidad de un héroe: “Has humillado a Héctor, que hizo lo mismo que tú también habrías hecho. Defender a su gente y su ciudad. Era tu igual, pero los dioses estaban de tu parte y lo venciste. Deberías dejar que su esposa y su hijo, su madre y su padre, sus amigos y el pueblo troyano volvieran a verlo, se despidieran, llorando su muerte y lo quemaran en una pira tal y como corresponde a un hombre que ha sacrificado su vida por ellos. Es hermoso ser justo en la hora de la derrota, pero más hermoso aún es ser justo en la hora de la victoria”.

Ifis demuestra inteligencia, sensatez y entereza, cuando le dice a Aquiles, compungido por la muerte de su amigo Patroclo, que coja la armadura de éste y le vengue: “Lamentarse no es opción. Lo mejor es ahorrarle tus quejas al alma de tu amigo. Levántate y acepta esta armadura que sólo él ha llevado. Él murió en tu armadura. Si los dioses quieren que tú mueras en la suya, que así sea. No hay nada más honorable que morir por un amigo”.

Comentamos los temas principales que aparecen en la novela:

La guerra, que tiene diferentes causas: la Segunda Guerra Mundial, la ambición de Hitler; y la de Troya, el rapto de Helena por Paris. En cuanto a sus consecuencias, se escribe en el epílogo: “Él -se refiere a lo que pretendía Homero con la Ilíada– quería hablar de una sola cosa: de que la guerra es fuente de lágrimas y de que en ella no hay vencedores“. 

Los héroes, pues la historia del asedio de Troya está llena de hombres a los que se admira por sus hazañas y virtudes; pero a los que también se les reprochan sus debilidades. Por ejemplo, la inseguridad de Aquiles que llora desconsoladamente la muerte de Patroclo sin decidirse a entrar en combate; o la cobardía en la batalla de Héctor, que huye de Aquiles, temeroso de perder su vida.

La literatura oral, porque la Señorita, -como había hecho el propio Homero- les cuenta a sus jóvenes alumnos la historia de la Ilíada; y se introduce en la lucha entre troyanos y aqueos, hasta el punto de que en un momento determinado no puede seguir, pues la situación de Helena, que tiene al padre de sus hijos en un bando y a su amante en otro, le da pena: “A la señorita se le quebró la voz. Algo en la garganta o en el corazón la hizo callar. Se dejó caer sobre la silla”.

También los alumnos que escuchan su narración se emocionan, como Dimitra, al saber cómo Agamenón roba a Briseida, porque le recuerda la historia de Katerina, una joven de su pueblo: “Mi compañera de juegos, Dimitra, tenía lágrimas en los ojos”.

La amistad que se forja entre los combatientes aqueos, después de diez años de cerco: “Lo único que había mejorado con el tiempo eran los lazos de amistad que los unían. Todo lo soportaban juntos, el escudo de uno protegía al otro. La muerte de uno a menudo conducía también a la muerte del otro”. Además, entre el joven narrador y Dimitra hay igualmente una sana amistad, del mismo modo que entre  Héctor y Polidamante, y entre Aquiles y Patroclo: “-Éramos más que gemelos. Éramos un solo hombre. Confiaba más en él que en mí mismo. De haber muerto yo primero, él cuidaría de mi hijo, mi único hijo”, dice el primero. Estas palabras nos llevaron a pensar que la relación entre ambos iba más allá de una simple amistad.

Y el amor, que es el sentimiento que despierta Paris en Helena y que ella nunca había sentido hacia su esposo, Menéalo: “Cuando veía a Paris, centenares de mariposas le danzaban en el pecho”. También Aquiles y Briseida están enamorados: “Briseida logró que el corazón de Aquiles, duro como el sílex, se abriera como un girasol ante la primera luz del día. La amaba”. Y es también lo que siente el narrador hacia su maestra: “La Señorita se enjugó la frente con un pañuelo blanco, que a continuación introdujo en la manga con un gesto casi inconsciente. Yo adoraba hasta el más mínimo de sus movimientos. La manera en que se le movían los labios al hablar, en que se colocaba el pelo hacia un lado, en que se estiraba, en que caminaba y en que se quedaba quieta”. Pero se trata de un amor no correspondido, como el que siente Dimitra hacia él.

Concluimos elogiando el estilo sencillo en el que está escrita la novela, aunque hay pasajes especialmente brillantes, sobre todo para mostrar la crueldad de la guerra: “Con la rapidez de un incendio en un bosque árido corría Aquiles con sus caballos de un lugar a otro con la muerte tras de sí. Su carro estaba manchado de sangre, sus manos también, pero él aún no estaba satisfecho, sino que seguía batallando de manera más encarnizada que las mismas erinias, diosas de la venganza”.

También imágenes, aparentemente simples, pero de una gran expresividad y capacidad de sugerencia:

“La Señorita cedió, pero yo creo que ella también ansiaba continuar. Adoptósu semblante característico. Se cubrió la cara con las manos como si quisiera esconderse de nosotros para, justo después, retirarlas y reaparecer despacio como la luna detrás de las nubes”.

“La autora barrió las tierras igual que barre el rubor las mejillas de una niña”

Después de la sesión y para celebrar el final del curso, cenamos en un restaurante cercano.

Próxima lectura: ¿Qué fue de los Mulvaney? de Joyce Carol Oates, novela sobre los vicios y virtudes de la sociedad norteamericana, de la que hablaremos el 5 de octubre, miércoles, a las 18 horas, en el Albergue Juvenil.

Feliz verano lector para todos y todas.

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