El éxodo, una constante en la historia de la humanidad

Si en algo coincidimos, el pasado miércoles, en la sesión del club de lectura dedicada a Las uvas de la ira, es que la historia de la familia Joad, que se ve obligada a emigrar al oeste de Estados Unidos, en busca de una vida mejor (“Tal vez podamos volver a empezar en la nueva tierra rica, California, donde crece la fruta. Volveremos a empezar”) se ha repetido muchas veces en la historia de la humanidad, lo cual confiere un valor universal a esta  novela de John Steinbeck.

Miguel, en la presentación del autor, se refirió a su nacimiento, en 1902, precisamente en Salinas, una pequeña población rural de California, en el seno de una familia, cuyos antepasados llegaron a Estados Unidos, procedentes de Europa, atraídos por las posibilidades que les ofrecía este país para mejorar sus posibilidades económicas y sociales. Pronto se convirtió en un ávido lector por influencia de su madre, que había sido maestra de soltera, y surgió en él la necesidad de escribir, lo cual le impidió seguir los estudios con normalidad. 

Llegó a admitir que sólo escribía sin trabas ni complejos cuando los personajes eran de baja condición social, como los chicanos de Tortilla Flat (1935), novela con la que alcanza su primer éxito literario y de público. A esta le siguieron: En dudosa batalla (1936), donde retrata la organización de una huelga de recolectores de algodón; De ratones y hombres (1937), sobre los trabajadores temporeros que se afanan por conseguir una tierra de su propiedad;  y Las uvas de la ira (1939), que surge después de haber publicado una serie de artículos sobre los campos de trabajo, y donde Steinbeck demuestra, a través del éxodo de la familia Joad hacia California, donde sólo encuentran la miseria y la explotación, que el mito de la tierra de promisión americana es sólo leyenda, es decir, oculta una realidad que poco tiene que ver con lo imaginado. Tanto esta novela como Al este de del Edén (1952), que trata sobre un retrasado el cual inocentemente provoca una serie de catástrofes en un rancho, fueron llevadas al cine. 

Un libro curioso que citó Miguel es Viajes con Charley. En busca de América (1962), donde, como el título indica, cuenta un viaje de redescubrimiento de los Estados Unidos, desde la costa este a la oeste, atravesando varios estados junto a su perro Charlie, en una camioneta, que bautizó con el nombre cervantino de Rocinante.

Steinbeck, a pesar de no ser bien valorado por parte de la crítica, que lo acusó de cierto sentimentalismo didáctico o de novelista proletario, consigue el Premio Nobel de Literatura en 1962, por su «escritura realista e imaginativa, combinando el humor simpático y la aguda percepción social». Seis años después fallece en Nueva York.

En el turno de opiniones, Víctor confesó que es uno de los libros que más le ha impactado en mucho tiempo. Lo leyó hace dos veranos y tanto le gustó que lo recomendó a varias personas. Piensa en lo arriesgado que sería en aquella época escribir una novela con tanta carga de crítica social y la repercusión que tendría en su momento. Leyendo sus páginas no pudo evitar pensar en los males que perduran de este capitalismo salvaje y cruel. 

Enrique comentó que había visto hace tiempo la película de John Fort y que el libro de Steinbeck le parece de digestión difícil. Describe el sistema capitalista americano, en estado puro, sin tomar partido ni a favor ni en contra. El pesimismo, que lo atraviesa de principio a fin, le había generado una angustia, que no es lo que él busca normalmente en la lectura.

Miguel estableció un paralelismo con las grandes novelas rusas de Tolstoy y Doctoyevski, pues del mismo modo que estas narran las miserias de su país, Las uvas de la ira cuenta la historia de los pobres de Estados Unidos, de los desheredados; pero es también la novela de una desintegración familiar, pues, como sugiere el título, las uvas se van perdiendo poco a poco. En su opinión, sí hay una crítica al capitalismo, porque Steinbeck está a favor de los que sufren las consecuencias de este sistema. Así, por ejemplo, califica de monstruos a los responsables de las expropiaciones: “Si un banco o una compañía financiera era el dueño de las tierras, el enviado decía: el Banco o la Compañía necesita, quiere, insiste, debe decidir, como si fuera un monstruo, con capacidad para pensar y sentir, que le hubiera atrapado”. 

José Ángel manifestó que, al tratarse de una novela de tesis, Steinbeck subordina la forma al contenido. La calificó de épica, porque narra en un tono laudatorio el éxodo, lleno de penalidades, de la familia Joad, representativa de muchas otras familias. Los personajes son quijotescos, porque imaginan algo que luego no se cumple, y algunos de ellos tienen un claro carácter simbólico, como Jim Casey, al que se podría identificar con Jesucristo, porque no sólo se sacrifica por los demás, sino que además les sirve de ejemplo.

A Mari Carmen le había gustado muchísimo, aunque recomienda no leerla antes de dormir. El capítulo 14, donde se habla de la esencia del hombre y de la necesaria unidad de los que sufren, lo había leído varias veces; “Levantar un muro, construir una casa, una presa y dejar en el muro, la casa y la presa algo de la esencia misma del hombre y tomar para esta esencia algo del muro, la casa, la presa (…) Dos hombres no están solos ni tan perplejos como puede estarlo uno. Y de este primer nosotros surge algo aún más peligroso: Tengo un poco de comida, pero yo no tengo ninguna. Si de este problema el resultado es nosotros tenemos algo de comida, entonces el proceso está en marcha, el movimiento sigue una dirección”. Lo único que no le había convencido es el final un tanto inverosímil, por su exceso de humanidad.

Miguel Ángel coincidió en que Las uvas de la ira es una gran novela y, como tal, compleja. Entre sus muchos valores, destacó la capacidad de Steinbeck para acercarnos a la psicología de los personajes; la viveza de los diálogos; y la carga simbólica, que culmina en el extraordinario final donde consolida lo que ha venido diciendo, a lo largo del libro, sobre la fuerza de la vida.

Inés reconoció que, aunque le faltaban por leer las últimas páginas, la novela le había encantado, particularmente el simbolismo de la tortuga que, a pesar de soportar el asedio de las hormigas y el atropello de un camión, consigue darse la vuelta y seguir en la dirección que se ha trazado, con el mismo tesón y capacidad de supervivencia que demuestra la familia Joad en su marcha hacia California. Ve una clara crítica del capitalismo, por ejemplo, cuando los granjeros ricos tiran la fruta para mantener los precios, en lugar de dársela a los emigrantes hambrientos. Y en este sentido le parece más un documento antropológico que una novela.

En el debate, comentamos el título, Las uvas de la ira, al que se hace referencia en diferentes pasajes: 

  • “La ira de un momento, mil imágenes, eso somos nosotros. Somos esta tierra roja; y somos los años de inundación, y los de polvo y los de sequía”. Este es el sentimiento que predomina entre los emigrantes, que van a recoger uvas, naranjas  y melocotones a California.
  • “Y en los ojos de los hambrientos hay una ira creciente. En las almas de las personas las uvas de la ira se están llenando y se vuelven pesadas, cogiendo peso, listas para la vendimia”. Se da a entender que la cólera surge como consecuencia del hambre, de la falta de trabajo, de los escasos salarios, etc.

El desarrollo de la historia no es cronológico, sino que se producen continuos saltos temporales. Por ejemplo, en el capítulo V hay una analepsis para explicarnos por qué la familia de Tom Joad ha abandonado la casa y las tierras. Además, se van alternando los capítulos relativos a esta familia con otros donde se habla en general de la emigración o donde se reflexiona acerca de los hechos narrados

Sobre el final de la novela, hubo opiniones diferentes, aunque predominó la de aquellos que lo consideramos como la culminación de la solidaridad que demuestran los oprimidos con sus semejantes. Además, el gesto de Rose of Sharon con el hombre hambriento, inducida por su Madre, se cuenta de forma muy sutil:  

“Luego levantó su cuerpo y se ciñó el edredón. Caminó despacio hacia el rincón y contempló el rostro gastado, y los ojos abiertos y asustados. Entonces, lentamente, se acostó a su lado. Él meneó la cabeza con lentitud a un lado y a otro. Rose of Sharon aflojó un lado de la manta y descubrió el pecho.

-Tienes que hacerlo- dijo. Se acercó más a él y atrajo la cabeza hacia sí- Toma -dijo-. Así -su mano le sujetó la cabeza por detrás. Sus dedos se movieron con delicadeza entre el pelo del hombre. Ella levantó la vista y miró a través del granero, y sus labios se juntaron y dibujaron una sonrisa misteriosa”. 

Entre los muchos temas que plantea la obra, reflexionamos sobre los siguientes:

  • El éxodo migratorio, en busca de una vida mejor, se produce por una mezcla de tres razones: las consecuencias del Gran Depresión, las tormentas de polvo que destruyen las tierras de cultivo, y la voracidad de los bancos que expropian a las familias: “Tal vez podamos volver a empezar en la nueva tierra rica, California, donde crece la fruta. Volveremos a empezar”. Leyendo estas palabras es inevitable pensar en el episodio bíblico de la Tierra Prometida.
  • La devastación laboral se refleja en los sueldos escasos que les pagan a los que cogen la fruta y, sobre todo, en cómo los propietarios de las fincas bajan estos sueldos, en cuanto hay más oferta de mano de obra, lo cual ellos mismos han provocado, repartiendo panfletos por todo el país. Además, si se ponen en huelga, contratan a nuevos trabajadores a los que empiezan pagando un sueldo más o menos digno, pero, luego, al cabo de poco tiempo, se lo bajan de nuevo.
  • La crítica al sistema capitalista, aunque no todos los asistentes coincidimos en ella, se reconoce en diferentes pasajes de la novela, como los que ya se han mencionado, donde se habla despectivamente de los bancos o se pone de manifiesto la insensibilidad de los grandes empresarios agrícolas, que se guían exclusivamente por su propio interés.
  • La mecanización aparece representada sobre todo por el tractor, que sustituye la mano de obra en el campo, llevando la muerte: “Cuando un caballo acaba su trabajo y se retira al granero, queda allí energía y vitalidad, aliento y calor, y los cascos se mueven entre la paja, las mandíbulas se cierran masticando el heno y los oídos y los ojos están vivos. En el granero flota la vida, la pasión y el aroma de la vida. Pero cuando el motor de un tractor se paga, se queda tan muerto como el mineral del que está hecho. El calor le abandona igual que el calor del vida abandona a un cadáver”.
  • La unión con la naturaleza y el arraigo en la tierra también están presentes: “Ustedes no compran tan solo trastos viejos sino vidas arruinadas… ¿Cómo podremos vivir sin nuestras vidas? ¿Cómo sabremos que somos nosotros sin nuestro pasado?”.
  • Y la importancia progresiva de la mujer, que comienza subordinada al hombre, pero poco a poco, va haciéndose con el control de la familia, como por ejemplo, el personaje de la Madre, que demuestra una gran entereza. Así, se refiere a ella el Padre, con resignación, cuando comprueba que su mujer está tomando decisiones, antes tomadas por él: “¡Curioso! Una mujer diciendo haremos esto, iremos allá. Y ni siquiera me importa”.

En cuanto a los personajes, tal y como dijo Miguel, son tres los que desempeñan un papel capital en la novela:

  • Tom Joad 

Estuvo en la cárcel cuatro años por homicidio y esta estancia le ha convertido en un hombre pragmático, virtud que beneficia a su familia: “Tienes que pensar en el día que estás, luego en el día siguiente, en el partido del sábado. Es lo que hay que hacer. Los que llevan allí mucho tiempo hacen eso”, le dice a su madre, cuando esta le manifiesta sus dudas sobre California. Además, Tom adquiere progresivamente conciencia social, siguiendo el ejemplo de Casy.

  • Jim Casy

Un predicador, que ha perdido la vocación y que ejerce como un auténtico líder entre los emigrantes por su solidaridad y sentido de la justicia: “Observa la mirada de sus ojos -dijo Madre-. Parece un iluminado. Tiene esa mirada que llaman éxtasis”. También, por su palabras en favor de la unidad de los oprimidos, para hacer frente a la explotación y la marginación que sufren.  

  • La madre

Tiene un “hablar tranquilo, lento y calmoso”, que la convierte en pieza clave para la familia. Es la que más defiende a esta, incluso recurriendo a la fuerza para que no se separe. Aporta la sensatez y se comporta con sabiduría: “un hombre se puede preocupar y preocupar hasta consumirse y al poco se echará y se dejará morir con el corazón seco. Pero si lo coges, le haces enfurecerse, entonces se pondrá bien”.

También hablamos de los símbolos. Aparte de los ya mencionados de la tortuga y el personaje de Jim Casy, aparecen los hombres acuclillados, postura que adoptan cuando deliberan: 

“Junto a la oficina los hombres seguían acuclillados y hablando y la aguda música les llegaba.

Padre dijo:

-Se aproxima un cambio. No sé qué es. Quizá no vivamos para verlo. Pero está viniendo. hay un sentimiento de inquietud. Uno no puede pensar de lo nervioso que está…”.

La posición, cercana a la tierra, a la que se sienten arraigados, puede reflejar y simbolizar, aunque en esta interpretación no hubo unanimidad, su situación en la sociedad, la de los que están abajo, pasando necesidades.

Asimismo, los campamentos del gobierno no sólo son unos lugares más humanos para vivir, frente a los otros campamentos, donde entraba la policía sin avisar para reprimir a los supuestos agitadores, sino que además representan un tipo de sociedad más justa, donde los conflictos los arregla la propia gente, trabajando  unida. 

Finalmente, comentamos el estilo, caracterizado por la desnudez y claridad en la prosa, la vivacidad de los diálogos y la brillantez de las descripciones, como esta de la casa de desguace, donde la situación de abandono y deterioro parece representar a los propios emigrantes avanzando penosamente por la carretera que les conduce a la “tierra prometida”:

“El camión se acercó al área de la estación de servicio; a la derecha de la carretera había un almacén de chatarra, un solar de un acre rodeado por una cerca alta de alambre espinoso, un cobertizo de hierro galvanizado delante, con neumáticos usados amontonados al lado de las puertas y con el precio puesto. Tras el cobertizo había una pequeña chabola construida a base de retales, trozos de madera y pedazos de lata. Las ventanas eran parabrisas empotrados en las paredes. En el solar cubierto de hierba yacían las ruinas, coches con el morro retorcido y metido hacia adentro, coches heridos yaciendo de lado y sin ruedas. Motores oxidándose en el suelo y apoyados en el cobertizo. Un enorme montón de chatarra, guardabarros y laterales de camiones, ruedas y ejes; por encima de todo ello un aire de decadencia, de moho y óxido; hierro retorcido, motores medio destripados, una masa de despojos”.

Próxima lectura: Bartleby, el escribiente de Herman Melville, una novela corta de la que hablaremos el 20 de noviembre, miércoles, a las 17:30, en la biblioteca del centro.

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