Aunque hubo valoraciones diferentes sobre La importancia de llamarse Ernesto, todos los asistentes a la sesión del club de lectura del jueves pasado coincidimos en el genio de Oscar Wilde, particularmente en su originalidad y su capacidad lingüística, lo cual se puede apreciar en este fragmento del tercer acto, que leímos en la reunión:
“CECILIA: (…) Y esta es la cajita donde guardo todas sus amadas cartas. (Se arrodilla ante la mesa, abre la caja y enseña unas cartas atadas con una cinta azul.)
ALGERNON: ¡Mis cartas! ¡Pero mi encantadora Cecilia, si yo no le he escrito a usted jamás ninguna carta!
CECILIA: No necesita usted recordármelo, Ernesto. Demasiado bien sé que he tenido que escribirlas por usted. Escribía siempre tres veces por semana y algunas veces más.
ALGERNON: ¡Oh! ¿Me deja usted que las lea?
CECILIA: ¡Imposible! Se pondría usted demasiado engreído. (Vuelve a colocarlas en la caja) Las tres que me escribió usted después de que reñimos son tan hermosas y con tan mala ortografía, que aún ahora mismo no puedo leerlas sin llorar un poco.
ALGERNON: ¿Pero es que hemos reñido alguna vez?
CECILIA: Claro. El día 22 del pasado marzo. Puede usted verlo aquí anotado, si quiere. (Enseñándole el diario) Hoy he roto con Ernesto. Comprendo que es preferible esto. El tiempo, hasta ahora, continúa encantador.”
En este sentido, José David, que había leído la obra en inglés, se preguntaba si los demás que lo habíamos hecho en español, habíamos apreciado todos los matices y juegos de palabras que utiliza Oscar Wilde.
La sesión propiamente dicha comenzó con la presentación del autor, como siempre, a cargo de María, quien recordó que La importancia de llamarse Ernesto, considerada su obra maestra, es la tercera del mismo que comentamos en el club de lectura. La primera fue El fantasma de Canterville y la segunda Salomé.
Oscar Wilde nació en 1854, en Dublín, en el seno de una familia de intelectuales. Aprendió desde joven francés y alemán, y se licenció, con las mejorares calificaciones, en estudios clásicos por la Universidad de Oxford. Profesó el esteticismo, doctrina del arte que exalta la belleza, frente a la fealdad y el materialismo, que caracterizó la época industrial. Era conocido por su mordacidad, por su forma de vestir extravagante y por su brillante conversación. Cuando se encontraba en el apogeo de su fama, como escritor, cometió el error de demandar al padre de su amante por difamación, pues le había acusado públicamente de sodomita. Hubo juicio, donde Wilde esgrimió la amoralidad del arte como defensa; pero fue declarado culpable de indecencia grave y condenado a dos años de trabajos forzados. Su estancia en la cárcel fue devastadora (“Yo entré a la prisión con un corazón de piedra y pensando tan sólo en mi placer; pero, ahora mi corazón se ha roto…”), pues, después de salir de ella, no levantó cabeza: fue abandonado por su mujer e hijos, y no pudo continuar la relación con su amante, Alfred Douglas, porque las respectivas familias les amenazaron con cortarles los fondos. Murió en París, con tan solo 46 años, en la más completa miseria.
Benito confesó haber estado influido por la biografía de Oscar Wilde, al leer La importancia de llamarse Ernesto. Añadió que la doble vida que se vio obligado a llevar, a causa de su homosexualidad, se refleja en la obra, donde tanto Jack como Agernon se inventan sendos personajes para poder tener un comportamiento diferente al admitido por la sociedad. Comentó igualmente las represalias que habían sufrido muchos artísticas y científicos homosexuales, como el matemático Allan Turing, que cincuenta años después que Wilde, fue condenado por indecencia grave y perversión sexual. El tribunal le dio a elegir entre la prisión y la castración química. Escogió esta segunda, pero las alteraciones físicas que le produjo fueron tan terribles que acabó suicidándose.
José David valoró por encima de todo la actitud provocadora de Oscar Wilde, quien, de esta forma, activa el pensamiento de los que le leen o asisten a la representación de sus obras:
“No tengo otra cosa que declarar que mi genio” –declaró en la aduana en uno de sus viajes a Estados Unidos.
Víctor recordó a otros artistas provocadores, como Salvador Dalí:
“Seré un genio, y el mundo me admirará. Quizá seré despreciado e incomprendido, pero seré un genio, un gran genio, porque estoy seguro de ello.”
Lola, en esta misma línea, destacó el espíritu iconoclasta de Wilde, pues tanto en su vida como en su obra fue a contracorriente, es decir, se opuso a las normas y conductas establecidas, lo cual enlaza con su defensa del esteticismo.
María Jesús se preguntó cómo una obra que pone de manifiesto el cinismo y la hipocresía de la clase alta británica, como La importancia de llamarse Ernesto, no fue prohibida. La respuesta está en la vía que utilizó para llevar a cabo su crítica, el humor, que siempre es más tolerado por la sociedad.
Enrique confesó que no había disfrutado con la obra, que no le había hecho ninguna gracia y que no reconocía la crítica social de Wilde, el cual se limita a mostrar las cosas tal y como eran en aquella época. Inés compartió, en líneas generales, esta opinión.
José Manuel manifestó que las obras de teatro están hechas para ser representadas, no para ser leídas, y que le hubiera gustado ver una representación de La importancia de llamarse Ernesto.
Nos detuvimos a analizar la estructura clásica de la obra: primer acto, donde se plantea el doble conflicto de Jack y Agernon, que se inventan sendos personajes, Ernesto y Bunbury, para justificar su comportamiento amoral; segundo acto, en el que hábilmente se establecen relaciones entre las dos acciones, hasta hacerlas confluir en una sola; y el tercer acto, donde asistimos a un desenlace verdaderamente ingenioso, con la revelación del secreto, que guardaba desde hace muchos años, por parte de Miss Prisma.
En cuanto a los temas, además de la hipocresía de la clase alta británica, comentamos:
• Los matrimonios por interés, que eran los característicos de aquella época:
Lady Bracknell, en principio no ve claro el enlace de su sobrino con Cecilia, porque piensa que esta carece de recursos y no pertenece a la alta sociedad; pero, cuando se entera de que es hija de un rico propietario, cambia de actitud y la considera un partido perfecto para Algernon.
• Las diferencias sociales:
El protagonista pertenece a una clase social alta y su criado Lane, a una clase social baja. Al primero no le interesa la vida familiar del segundo, cuando éste le cuenta que ha estado casado una vez:
“ALGERNON. (…) No sé si me interesa mucho su vida familiar, Lane.
LINE. No, señor, no es un tema muy interesante. Yo nunca pienso en ella.”
• El machismo, pues la mujer es considerada como un mero objeto sexual:
“JACK. (…) Amigo mío, la verdad no es en absoluto lo que se dice a una muchacha bonita, agradable e inteligente (…)
ALGERNON. La única manera de tratar a una mujer es hacerla el amor, si es bonita, o hacérselo a otra, si es fea.”
• Los ritos sociales, que son ridiculizados en clave paródica:
El té de las cinco, la petición de mano, la autorización de los padres, las visitas de compromiso, la etiqueta en la mesa, el luto.
• La importancia del nombre en la persona:
Se aprecia en el propio título de la obra, que se presta a un juego de palabras: “Ernest”, como nombre propio, y “ernest”, como adjetivo, con su significado en inglés de serio y formal. En este sentido, la insistencia por parte de Gundelina y Cecilia en que sus pretendientes se llamen Ernest, pone de manifiesto la importancia que se daba a las apariencias en la sociedad británica.
Coincidimos en que la mayor parte de los problemas que son objeto de crítica por parte de Oscar Wilde (la hipocresía, la importancia de las apariencias, el poder del dinero, las diferencias sociales…) siguen dándose en la sociedad de hoy día.
Sobre los personajes, comentamos su escasa caracterización, pues apenas hay rasgos diferenciadores entre los mismos: Agernon y Jac, se presentan como dos hombres ociosos, preocupados por su vestimenta y dedicados a los placeres; Gundelinda y Cecilia, son dos mujeres caprichosas, que pretenden por encima de todo conseguir sus deseos.
Quizá el personaje más definido sea Lady Brackel, que aparece como la responsable de que las normas sociales funcionen. Su cinismo alcanza el máximo nivel, cuando dice de su sobrino, destacando lo buen partido que es: “No tiene nada, pero lo aparenta todo. ¿Qué más se puede pedir? Lo importante es aparentar, aunque no se sea”.
En resumen, La importancia de llamarse Ernesto es una obra que refleja el talento literario de Oscar Wilde, pero que suscitó división de opiniones entre los asistentes a la sesión del pasado jueves, en especial, porque el sentido del humor, que exhibe su autor, precedente claro del teatro del absurdo, no fue valorado por todos de la misma forma.
Próxima lectura, a propuesta de María y apoyada incondicionalmente por José David: Maus de Art Spigelman, nuestra primera incursión en el cómic. Hablaremos de ella el 8 de junio, miércoles, a las 19 horas. Por cierto, hay ejemplares para quien desee leerla en la Biblioteca.