Aquí os dejo de parte de Paco Jurado una excelente reflexión sobre el fin de curso de nuestro club de lectura:
Lo confieso: casi siempre que hablo o discuto de libros es en la barra de algún bar, con una cervecita en la mano. O en casa, imitando a Oliveira y la Maga dentro de Rayuela en el Club de la Serpiente, donde lo divino y lo humano se entremezclan en uno de los experimentos narrativos más interesantes del siglo pasado, oyendo jazz u otra música y siendo pedante junto a amigos que me lo permiten todo, incluso llevarme el scattergoris cuando me enfado, y bueno, eso sí, sin cebar mate. Nuestro particular Club de lectura nació gracias a una idea de la profesora Lola Pérez como un “a ver qué pasa” y desde el “Proyecto de Lectura y Biblioteca” y de alguno de sus componentes. Y aunque haya sustituido el bar de turno por el instituto, la barra por un pupitre y la cerveza por una cocacola o un nestea, el resultado ha sido tan bueno, que, al final, ha quedado en mi memoria, al menos, después de un año de aventuras y desventuras medioquijotescas por los rebaños y molinos de la ESO, como una de las cosas que más han brillado del curso, que ya empieza a ser pasado…
Cinco sesiones ha durado la andanza: desde el terrible campo de concentración de Auschwitz en El niño del pijama de rayas, que, aunque ligera en su forma y contenido como casi todos los best sellers, quizá se haya convertido en un símbolo para adolescentes que no conocen todavía la historia más reciente de nuestra cultura. A nosotros nos sirvió para terminar de creernos lo del “Club de lectura”, pues esa tarde nos reunimos más de treinta personas entre alumnos, madres y profesores. Ese día fue una lección de humildad que me bajó de mi altar cultureta del otro club, el de Cortázar, para observar cómo no hay que ser un lector más o menos experimentado, ni un filólogo para argumentar opiniones excelentes como ocurrió con algunos alumnos que enriquecieron la charla de una manera sobresaliente. De la Alemania nazi pasamos a los fogones, a los amores y desamores, al derroche de fantasía del realismo mágico en Como agua para chocolate del México rural, atrasado y machista de mediados del siglo XX, para reflexionar más tarde sobre el sentido de la vida, la búsqueda de la verdad, la belleza y la felicidad en Siddharta con una buena dosis de filosofía oriental. Matar a un ruiseñor nos abrió la puerta para hablar de los derechos humanos, la esclavitud, las diferencias raciales y su evolución hasta la actualidad, mezclando cine y literatura, imagen y palabra. Con Truman Capote, en la última sesión vivimos con Holly Golightly, la protagonista de Desayuno en Tiffany´s, la sordidez de la mafia, de la superficialidad del dinero a través de un personaje transgresor, lleno de misterios y matices, y, aunque en principio no gustó demasiado a los asistentes, al final estuvimos interrogándola y juzgándola y disfrutando de ella durante dos horas sin mover los pies del suelo.
Pero más allá de las lecturas, de las historias y de los propios títulos (pudieron ser otros), lo mejor ha sido compartir el amor por las palabras, el calor de tus argumentos frente a los míos, los detalles y adjetivos en los que te detuviste, más los del compañero de enfrente. Sintetizando, hablar de libros es enriquecerse con los distintos universos creados en ese ámbito enigmático que es la imaginación de cada uno de los lectores, en el acto más sofisticado del ser humano: la comunicación.
La próxima propuesta para Septiembre es Crónica de una muerte anunciada, seguramente una de las mejores novelas del siglo XX en castellano. Así que, anímense colegas y “colegos” del instituto, os esperamos… y aunque Roberto Bolaño dijo que prefería ver la televisión a leer best sellers, yo ahora me quedo con una simpática observación de Joan Brossa: ver televisión es como comer chicle con los ojos y, aunque de vez en cuando no viene mal masticar un chiclecito, yo, personalmente, prefiero un buen salmorejo cordobés. Frente a la mediocridad, leer, leer y leer. Yo acabo de empezar El mal de Portnoy, ¿y tú?.
Confieso que la primera lectura de Desayuno en Tiffan`y no me enganchó y sí, en cambio, la de los tres relatos que siguen a esta novela corta de Truman Capote. Pero no sé por qué, si porque intuía que había algo más, tras esa primera impresión negativa, o porque era el último libro sobre el que íbamos a debatir en el Club de Lectura, me propuse leerlo de nuevo y, como por arte de magia, “Desayuno en Tiffan`y” o, mejor diría, su protagonista, Holly, comenzó a interesarme vivamente. Quizá fuera su propia complejidad como personaje, sus luces y sus sombras, el desarraigo y la soledad que se ocultan, detrás de una viva tan disipada, el caso es que me enamoré del personaje, de cada palabra que decía, de cada gesto.
A medida que avanzaba en esta segunda lectura, también fui reencontrándome con el autor de “A sangre fría”, novela que me tuvo atrapado, noche y día, hace algunos años. Me reencontré con el uso brillante del lenguaje, a base de imágenes expresivas y eficaces (“el gato, una vez en libertad, saltó y se instaló sobre su hombro, desde donde empezó a balancear la cola como si se tratase de una batuta dirigiendo alguna rapsodia”); con diálogos llenos de ingenio, unas veces, procaces, como cuando Holly, que acaba de ser detenida, le espeta a una policía que deja caer la mano sobre su hombro: “Ya puedes sacarme de encima esas manos de palurda, bollera repugnante, marimacho ridículo”; y otras veces, tiernos, como cuando este mismo personaje habla de los familiares que visitan a los presos: “Lo que más me gusta es lo felices que son cuando vuelven a verse, tienen tantísimas cosas guardadas de la que hablar, no hay modo de aburrirse, se pasan el rato riendo y cogiéndose de las manos”.
Así, embebido en la lectura, hasta el final en que el deseo del narrador de que Holly haya encontrado la felicidad, materializa la identificación de ésta con el gato.
Por lo demás, coincido contigo, Paco, en la valoración positiva que haces del Club de Lectura. También yo me he enriquecido con los universos creados por los demás lectores, escuchando sus impresiones, compartiendo con ellos ese diálogo íntimo que, previamente, todos habíamos mantenido con el autor, en el momento de la lectura.
Y ya que hablas en tu comentario sobre lo que estás leyendo, yo, en este momento, estoy literalmente devorando la última novela de Javier Cercas sobre el golpe de estado del 23 de febrero de 1981, «Anatomía de un instante». Me tiene tan enganchado que me voy corriendo a continuar su lectura.
Bien es verdad, como decís, que había alguno al que no le gustó el libro. Yo soy uno de ellos, no se si por la variedad de escenas y personajes que aparecen en poco tiempo o porque no es el tipo de lectura al que estoy acostumbrado, pero es así. Sin embargo, no es esa la visión que me llevo del club de lectura, sino otra muy distinta. Me llevo la lectura de unos libros que no me hubiese leído por decisión propia; ver más allá de mi interpretación y entender las de otras personas, cada una con opiniones y versiones distintas del mismo libro; pasar ratos agradables hablando de cosas nuevas o conocer a profesores y alumnos fuera del contexto de la educación.
No asistí a dos reuniones de las cinco, pero me llevo un grato recuerdo de todos vosotros y del «Club» en general.
Espero que esto continúe y sigamos leyendo y compartiendo por mucho tiempo y que se unan a nosotros muchas más personas.
Para despedirme os diré que estoy leyendo «Ángeles y demonios» antes de ver la película y no está nada mal. Y ahora sí me despido hasta Septiembre; ¡espero veros a todos y que se una más gente!