En la sesión del club de lectura que dedicamos ayer a La puerta de Magda Szabó, el debate giró en torno a Emerenc, un personaje controvertido que a nadie quedó indiferente: algunos de los asistentes se fijaron más en los aspectos negativos de su personalidad, como la terquedad y las reacciones violentas, mientras que otros destacaron sobre todo su altruismo y generosidad.
Benito comenzó su presentación de la autora leyendo este texto de la propia Magda Szabó que pone de manifiesto el misterio de la obra literaria: “El día que muera llevaré conmigo todos mis secretos y no habrá historiador literario que sepa distinguir cuándo he sido quién, cuál de los personajes me representaba a mí misma o cuál de los personajes era real de cualquiera de mis obras».
Siguió con datos sobre su vida: el nacimiento en Debrecen, Hungría el 5 de octubre de 1917 en el seno de una familia protestante, burguesa e ilustrada, y el fallecimiento en Budapest el 19 de noviembre de 2007. La doble Licenciatura en Filología Latina y Húngara en la Universidad de Debrecen y el matrimonio con el también escritor y traductor Tibor Szobotka.
Su carrera como escritora comenzó con un libro de poemas Cordero, en 1947. Dos años después, publicó Regreso a lo humano. En 1949, le concedieron el Premio Baumgarten de literatura, pero le fue arrebatado por razones políticas, pues el trabajo de Szabó no cumplía con las normas del realismo socialista. Durante el régimen estalinista de Mátyás Rákosi, entre 1949 y 1956, no se le permitió publicar sus obras y se dedicó a traducir y a dar clases como maestra en una escuela elemental. Fueron poco más de ocho años de silencio, en los que se unió al grupo disidente Nueva Luna, que a modo de protesta había decidido no crear arte, sea literatura, pintura o música como tampoco tener hijos: era la negación de la propia existencia, la forma que encontraron de rechazar al gobierno comunista.
En estos años de involuntario silencio abandonó la poesía, que le resultaba demasiado rígida para expresar sus pensamientos, y escribió su primera novela, Fresco, que logró un gran éxito de crítica y público. En 1959, se editó El cervatillo, donde criticaba al régimen comunista húngaro de la época. Recibió numerosos premios como novelista en Hungría, y sus obras se publicaron en más de 40 países. En 2003, ganó el premio francés Prix Fémina a la mejor novela extranjera por La Puerta publicada en Hungría en 1987, dos años antes de la caída del comunismo en Europa. Su novela Abigail, aparece también entre las diez más populares para los húngaros.
La Puerta, escrita cuando tenía 70 años, es un ejercicio de literatura notable e intenso. El relato provoca esa ansiedad por lo oculto, por descubrir lo no narrado, lo que puede encontrarse detrás de ese umbral inaccesible, que simboliza la puerta. Algo que solo debe pertenecer a nuestro mundo secreto. Mencionó también la versión cinematográfica de esta novela, realizada en 2012, con Helen Mirren como actriz protagonista y bajo la dirección de István Szabó.
Finalmente, Benito resumió su opinión sobre la novela con estas hermosas palabras, que suscitaron un aplauso unánime entre los asistentes a la sesión: “Han pasado 15 años desde la muerte de Magda Szabó. Quizá pensemos que es el momento de cruzar el umbral y abrir definitivamente la puerta que desvele los secretos de la autora. Yo, no lo haría, a no ser que queramos desatar de nuevo la caja de los truenos y arrastrar eternamente la culpa de ser cómplices, como lo hemos sido, de la muerte de Emerenc que no quiso vivir más después de ser derribados los soportes que habían sostenido su existencia y el aura mítica que la envolvía. Amistad, dolor y misterio. Que este libro sea el inicio de una apasionada relación entre nosotros, sus lectores, y la gran novelista húngara”.
Siguió Paco, a quien La puerta le había gustado sólo a medias, pues reconoció que está bien escrita, pero aparenta más de lo que dice, a diferencia de otras novelas, que cuentan historias de amistad, como, por ejemplo, El último encuentro de Sándor Márai, donde dos hombres ya ancianos se citan, tras cuarenta años sin verse. No le había encontrado sustancia a las continuas discusiones y peleas entre Emerenc y Magda, aunque reconoció que había disfrutado leyéndola.
Igualmente, María Jesús esperaba más de lo que se oculta detrás de las sucesivas puertas simbólicas, aunque confesó que la lectura la había tenido enganchada todo el tiempo. Es la historia de una amistad entre dos mujeres, pero la relación está desequilibrada. Se desvela la personalidad de ambas a partir del contacto que tienen entre ellas. El momento que más le había conmovido, por su ternura, es cuando Emerenc, que se encuentra en el hospital, le mordisquea los dedos de la mano a Magda. Destacó también algunos pasajes de humor, por ejemplo, cuando la sirvienta les lleva los objetos usados, que había recogido en la calle, y cómo reaccionan sus amos. Emerenc es un personaje de contrastes, ambiguo, lo cual le había interesado. Finalmente, comentó que cuando este personaje pierde a la ternera en el tren, le había recordado el cuento “Adiós, cordera” de Clarín.
Enrique dijo que es una novela muy respetable, pues refleja un gran dominio del arte de la narración. Sin embargo, en buena parte de los capítulos, se relatan cosas anodinas, sobre todo relacionadas con el trabajo de la protagonista, aunque tiene una parte final heroica, de gran aliento literario, que es la que se refiere a su muerte. La personalidad de Emerenc le parece bien definida, pero la crítica al régimen comunista de Hungría es, en su opinión, demasiado suave.
A Carmen le gusta cómo escribe Magda Szabó, sobre todo por lo que no dice, aunque también esperaba algo más de la novela. La lectura se le había hecho corta, sobre todo por los contrastes entre Emerenc y Magda; por cómo, después de las tremendas discusiones entre ellas, vuelven a ser amigas, en una relación de amor-odio. La segunda le había dado pena por la falta de recursos que demuestra en su relación con la sirvienta, por su falta de resolución.
Miguel valoró positivamente cómo está escrita; pero confesó que le producía rechazo lo que contaba, que, en su opinión, es lo peor de la naturaleza humana. En este sentido, recordó el caso de Puerto Hurraco, pueblo extremeño donde se produjo una matanza, a causa de odios acumulados durante años. Por eso, no le gustaría vivir con un personaje tan irracional, como Emerenc. La clave de la historia está en el viaje que Magda realiza a Nádori-Csabadul, pueblo donde nació su sirvienta y al que esta no quiere regresar. Comentó que no encuentra sentido ni explicación a la convivencia entre estos dos personajes tan contradictorios.
Víctor se refirió a los descuidos en la traducción de la novela, pues había localizado algunas incorrecciones y faltas de ortografía, lo cual le había afectado negativamente en la lectura. Le parecen agotadoras las peleas continuas entre las dos mujeres protagonistas; pero, en cambio, le había interesado cómo se plantea el tema del suicidio y las discusiones teológicas entre Emerenc y Magda.
Para Bela la vida de Emerenc es como un puzle cuyas piezas ha ido distribuyendo ella misma entre sus conocidos, de tal manera que sólo al final, una vez muerta, lo tenemos completo. Eso explica que Magda se entere en el entierro de su asistenta de que ella la considerara como una hija: “–Usted fue la niña de sus ojos, era prácticamente como su hija. Pregúntele a cualquiera en el barrio, le dirá que la llamaba a usted «la hija», sin más. ¿Y de quién cree que hablaba siempre en los escasos descansos que se permitía hacer la pobre en el trabajo? Pues de usted, señora”.
Hablamos del título, que representa el secreto guardado por Emerenc, tras la puerta cerrada a cal y canto a los demás, que son sus gatos, su familia, como llega a decirle a Magda, porque teme que, si la abre, se los quitarán o acabarán con ellos, como hicieron con el que apareció ahorcado. Magda, que también guarda un secreto, abre su puerta a los lectores, al escribir la novela; pero, en realidad, todas las personas, ocultamos una parte íntima que no queremos compartir con los demás.
La intencionalidad con la que se escribe la novela nos la cuenta Magda al principio: “La presente obra no se ha escrito para Dios (…) dedico este libro a los hombres. He vivido con valentía hasta ahora y espero morir así, con coraje, sin mentiras, y para ello es necesario que declare de una vez por todas que yo maté a Emerenc. Yo quería salvarla, y no destruirla, pero eso no cambia nada”.
La intriga emana de los personajes y se genera desde las primeras líneas, pues nos preguntamos por qué la narradora se siente culpable de la muerte de Emerenc. Igualmente despierta nuestro interés el enigma en torno a esta mujer y su casa, lo cual iremos conociendo gradualmente.
Se consideró un acierto la estructura cerrada de la novela, que comienza con un capítulo titulado “La puerta”, donde se menciona el sueño recurrente de la narradora, que está delante de una puerta, tratando infructuosamente de abrirla, para que el personal de urgencia, que ha llegado en una ambulancia, pueda entrar y atender a un enfermo, y finaliza con otro capítulo donde se hace referencia al mismo sueño.
Entre los temas que aparecen en La puerta, comentamos los siguientes:
La amistad
Lentamente se van fraguando lazos de amistad entre Magda y Emerenc, a pesar de que a la primera le cuesta entender las extravagancias de la segunda, y esta a su vez, en un principio, marca distancia en la relación. La amistad conoce momentos de ruptura, como el abandono del trabajo por parte de la sirvienta, cuando Magda y su marido no aceptaron poner sus regalos en lugares destacados de la casa; pero a estos momentos le siguen otros de reconciliación, con lo cual el aprecio mutuo se fortalece.
La religión
La viven de diferente manera: la creencia de Magda se basa en el respeto a la tradición y asistir a misa los domingos es una ocasión de recordar a sus padres difuntos; en cambio, Emerenc identifica la iglesia con la gente pudiente, en concreto con las damas de la caridad, por eso, permanece alejada de ella, aunque estima a José, el carpintero, y a Jesús, que murió víctima de una confabulación política, porque son personas normales y trabajadoras, y siente pena por la Virgen María que sufrió por la muerte de su hijo.
El trabajo manual frente al trabajo intelectual
Para la sirvienta el trabajo que merece la pena es el manual: limpiar la casa o barrer las calles del barrio; pero el trabajo intelectual, como el del marido de Magda, que es profesor, o el de esta misma, que es escritora, le parece un modo de vida ocioso: “Emerenc sostenía que la labor intelectual no era más que simple holgazanería, casi comparable a trucos de magia barata”. De hecho consideraba a los intelectuales como parásitos de la sociedad.
Sin embargo, Magda tiene una opinión muy diferente sobre su oficio: “el oficio de escritor es de una servidumbre durísima, no puedes bajar la guardia en ningún momento porque, si abandonas las frases a medio hacer, se rebelan, se van por otro camino y, si las recuperas, tienes que enderezarlas para que encajen en la nueva estructura”.
El sistema comunista
Se elogia de este sistema la oportunidad que dio a las capas humildes para estudiar y medrar en la escala social: “Cualquier mujer provista de una mente tan lúcida, con la capacidad para el análisis y el frío razonamiento lógico que yo atribuía a Emerenc, habría aprovechado la coyuntura progresista que, tras la Segunda Guerra Mundial, se abrió para las capas humildes”.
Pero se crítica del mismo, por ejemplo, la marginación de los intelectuales y artistas: “a mí personalmente ese poder pretendía quitarme de en medio censurando mi obra literaria y obligándome a aislarme en un gueto privado, junto con mi marido, ya bastante humillado hasta el punto de ver secada su vena creativa”. De hecho, la autora reconoce que su carrera literaria se vio interrumpida durante diez años a causa de la censura.
El suicidio
Pollet y Emerenc preparan el suicidio de la primera, con total naturalidad: “Si no deseaba seguir viviendo, nadie tenía derecho a obligarla. Yo le dicté la carta que debía dejar, y así lo hizo, haciendo constar que: Yo, Pollet Dobri, de estado civil soltera, termino mis días por propia voluntad. Tomo la presente decisión motivada por mi grave estado de enfermedad, unido a la vejez, y sobre todo, al abandono…”
“Los abuelos Grossmann, tras organizar la fuga de sus hijos y colocar a la pequeña Éva en un lugar seguro, se tomaron una buena dosis de cianuro. Yo fui quien los descubrió muertos, tendidos en la cama de matrimonio; desde entonces, solo puedo dormir en un sillón”.
Y la propia Emerenc está dispuesta a dejarse morir en el hospital, después de que la hayan sacado por la fuerza de su casa y hayan violado su intimidad, guardada con celo durante años.
En cuanto a las protagonistas de la novela, coincidimos en que se produce una inversión de papeles entre la escritora y su asistenta, puesto que la primera, que es la más fuerte porque, en teoría, es la que manda, cede esta función dominante, poco a poco, a la segunda, que acaba controlando la relación, la que regula “la temperatura afectiva”.
Emerenc rebosa fuerza y vitalidad, y es una mujer altruista, pues da sin esperar nada a cambio, hasta el punto de que necesita ser generosa, procurar el bien ajeno, para sentirse realizada. Como le dice Tibor a Magda: “Vivir en continua agonía para que acuda a salvarnos, es lo más conveniente”. Pero es terca y con reacciones imprevisibles, a veces violentas. En el fondo se siente sola.
Magda, que es trasunto de la autora, tiene un carácter más abierto, ya que le gusta hablar con los demás, aunque esconde un gran hermetismo. Demuestra mesura y racionalidad, pero también escasos recursos para enfrentarse a las situaciones de tensión que provoca su asistenta.
Nos preguntamos, con cuál de las dos mujeres, Emerenc o Magda, nos identificamos más y concluimos que para vivir en sociedad necesitamos ser más como la segunda que como la primera, aunque los valores indudables de esta nos parecen encomiables.
Se coincidió en valorar el lenguaje en el que está escrita La puerta, con evidentes rasgos líricos que reflejan la condición de poeta de Magda Szabó, como este fragmento donde Emerenz recuerda la tormenta que provocó la muerte de sus hermanos gemelos: “Tronaba con tanta fuerza como nunca lo había hecho, creo, a lo largo y ancho de esta región; fue un huracán terrible y destructor. En un momento el cielo se transformó en un fuego vivo, como si hubiesen encendido una caldera entre las nubes haciendo que todo ardiera con una luz morada, no negra como suele ser en una ventisca normal. Su sonido estridente, ese bramido arrollador que recorría todo el firmamento, me desgarraba los oídos y me ensordecía”.
Finalmente, comentamos las numerosas referencias mitológicas, quizá debidas a la formación académica de la autora, y el vínculo de la novela con el realismo mágico, como el pasaje en el que los muebles del siglo XVIII, que Emerenc guardaba en la habitación interior de su casa, se desmoronan a cámara lenta hasta formar un montón de serrín en el suelo, “como si una sustancia misteriosa los hubiera mantenido intactos hasta el instante en que unos ojos humanos volvieran a verlos para comprobar su fantasmal existencia”.
Próxima lectura: Un amor de Sara Mesa, novela corta de la que hablaremos el 19 de mayo, jueves, a las 18 horas, en el Albergue Juvenil.