Hubo coincidencia ayer, entre los asistentes al Club de Lectura, en que nos encontrábamos ante un clásico, similar a La metamorfosis de Franz Kafka o El túnel de Ernesto Sábato. En efecto, La muerte en Venecia de Thomas Mann, como las dos novelas citadas, a pesar de su brevedad, posee la complejidad de las grandes obras de la historia de la literatura. También estuvimos de acuerdo en que, al principio, donde priman el equilibrio y la racionalidad, cuesta engancharse a la lectura, pero que, poco a poco, a medida que aumenta la pasión de Gustavo Aschenbach hacia el joven Tadrio, se incrementa igualmente el interés por la misma.
En la presentación del autor, se destacó: la diferente herencia cultural que recibió, por un lado, de su padre alemán, metódico y racional, y por otro, de su madre, mestiza de portugués e hindú, y especialmente apasionada; el traslado, un año antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial, a Estados Unidos, donde dio conferencias de orientación antifascista; la concesión del Premio Nobel de Literatura en 1929; y la vuelta a Europa en 1952, decepcionado por la situación de EEUU, a raíz de la muerte del presidente Roosevelt.
De su extensa producción literaria mencionamos tres obras: Los Buddenbrook, que narra la decadencia de una familia durante el siglo XIX; La montaña mágica, donde Thomas Mann, a partir de su protagonista, Hans Castorp, internado siete años en un sanatorio, traza un cuadro minuciosos de la sociedad europea anterior a la Primera Guerra Mundial; y Doctor Faustus, considera su obra maestra, y donde cuenta la vida del compositor alemán Adrian Leverkühn, que cae en manos del diablo, reflejando la decadencia de la sociedad burguesa alemana.
Finalmente, en la presentación, nos referimos a que La muerte en Venecia tiene una base real, pues Thomas Mann viajó con su mujer a Venecia, y conoció a un joven adolescente polaco cuya gracia física y espiritualidad llamaron especialmente su atención, hasta el punto que le observaba detenidamente cuando bajaban a la playa, como sucede en la novela. Esta base real explica la intensidad de la obra, ya que sólo habiendo vivido o experimentado una pasión amorosa semejante a la del protagonista se puede escribir con la pausa y la intensidad con que lo hace el escritor alemán.
El título –comentamos- desempeña una función proléptica, pues anuncia la muerte de Aschenbach, que se producirá al final; aunque también hay señales que apuntan a esta, a lo largo de la novela, como: la escena inicial en el Cementerio del Sur; la góndola en la que se monta el protagonista, que es tan negra como un ataúd; la peste que asola la ciudad de Venecia; y el sueño con las fiestas dionisiacas en el que se funden la pasión desbordante y la muerte: “De los sentidos se adueñaban aromas penetrantes, el olor acre de los machos cabríos, los cuerpos sudorosos y jadeantes, una ponzoña como de aguas pútridas, mezclada con otro olor conocido de heridas y peste. Los golpes de los tambores martilleaban sus corazón; su cerebro ardía, sentíase poseído de ciega furia, de deslumbramiento, y con una voluptuosidad ardiente, su alma anhelaba incorporarse a los coros del dios. Se había desnudado y había erguido el símbolo obsceno, de madera, de tamaño gigantesco. Entonces habíase desencadenado desenfrenadamente la orgía.”
Carmen resumió muy bien esta presencia de la muerte diciendo que el protagonista estaba ya muerto antes de empezar la historia.
El punto de vista de narrador omnisciente, que nos va revelando poco a poco los sentimientos de Aschenbach, hace más verosímil la historia. Nos llamó la atención que se refiera en todo momento a éste como «el solitario», lo cual quizá no sea un juicio de valor, pero sí una toma de posición con respecto al personaje, que apenas habla ni piensa, lo hace a través de la voz del narrador, que le introduce en su mundo interior.
La estructura externa de la obra, en cinco capítulos, nos recordó a las tragedias griegas, también divididas en cinco partes, ya que el destino del protagonista, como el de los héroes clásicos, está predestinado desde el principio, desde el propio título, al que nos hemos referido antes.
El espacio en el que se desarrolla la mayor parte de la historia, Venecia, obedece a que es la más exótica, “la más inverosímil de las ciudades”, y porque representa la antítesis de la civilización europea represiva, el lugar idóneo para que Aschenbach viva su pasión amorosa.
El tiempo (19…) –comentó Pepa- es un periodo de crisis, en el que las naciones, después de la segunda revolución industrial, tienden a ampliar sus fronteras. Precisamente estas ansias expansionistas acabarán desencadenando la Primera Guerra Mundial.
En cuanto a los temas, aparte de la muerte que impregna toda la novela, mencionamos la contraposición entre el mundo de la razón, en el que ha vivido Aschenbach, y el de los instintos, en el que desea vivir. Lo apolíneo frente a lo dionisiaco, por decirlo en términos de mitología clásica, mundo de ficción en el que se sitúa el protagonista como una forma de aceptar su pasión voluptuosa hacia Tadrio. En este sentido –consideró Ana- así como hoy día son censurables las relaciones entre un adulto y un niño, en la civilización griega no sólo estaban permitidas sino que eran estimuladas, como ponen de manifiesto los pasajes de los Diálogos de Platón, incluidos en la novela, en los que se sostiene que el camino de la belleza no se puede andar sin que Eros acompañe al poeta y le sirva de guía.
El paso del tiempo –comentó Antonio- se manifiesta , sobre todo, en el protagonista, cuando no acepta su aspecto de hombre adulto y trata de parecer más joven de lo que es, recurriendo a los servicios del peluquero del hotel, que le tiñe el pelo, le disimula las arrugas con cremas y le pinta los ojos. Paradójicamente, hace lo mismo que el viejo del traje amarillo, que le había producido rechazo, por no aceptar el paso inexorable del tiempo.
Víctor y Pepa recordaron la escena en la que Thomas Mann ridiculiza a la burguesía acomodada, a la que pertenecen Aschenbach y la familia polaca. Todos ríen sin motivo, ante las extravagancias del guitarrista, que actúa en el jardín del hotel: “señalaba con el dedo hacia arriba, como indicando que nada había tan cómico como la riente sociedad de la terraza”.
Sobre el protagonista, resaltamos su evolución: primero, se muestra metódico y racional en su trabajo como escritor, reprimiendo sus instintos; pero cambia en Venecia, donde aflora poco a poco su faceta más pasional. En cuanto a Tadrio, todo lo que conocemos de él es a través de Aschenbach, fundamentalmente su físico, la belleza clásica que se reflejaba en la perfección de la cabeza, la proporcionalidad del cuerpo y la elegancia al caminar.
Además, se mencionó que hay cuatro personajes (el excursionista de Munich, el gondolero, el cantante gitano y el peluquero) que tienen algo en común: todos generan inquietud al protagonista, porque ese mundo de los deseos que él se reprimió, de alguna forma, lo representan ellos.
En suma, La muerte en Venecia nos pareció una novela redonda que, como dijo Puri, merece ser releída con la tranquilidad que exige su ritmo lento y, al mismo tiempo, intenso. Una novela que cualquier avezado lector, como el profesor de Literatura de Carmen, incluiría en la lista de libros imprescindibles para adquirir una buena formación literaria.
Nos quedó pendiente, ver la magnífica adaptación cinematográfica que hizo Luchino Visconti de la novela y que los más veteranos recordamos con especial cariño. En fin, en otro momento será.
Próxima lectura, a propuesta de Antonio: Una lectora nada común de Alan Bennett, una novela breve, deliciosa y divertida, que ofrece además una reflexión sobre el acto subvertido de leer. Hablaremos de ella el 30 de septiembre, martes, a las 18 horas, como siempre, en la biblioteca. Que paséis un feliz verano.